En el año 2010 algo extraño estaba ocurriendo y no nos dábamos cuenta. EE UU había votado a un negro: Obama. Es decir: USA estaba rechazando su identidad imperialista basada en el concepto de WASP (White Anglo-Saxon and Protestant). Con ello el antiamericanismo había recibido un duro golpe: ya no se podía reducir el enemigo a Estados Unidos; después de todo, la elección de Obama se había visto como un triunfo del progresismo mundial. Con ello se generaban desplazamientos en los discursos ideológicos hasta ahora vigentes. Quedaban Israel y los palestinos.

Mientras existiera Israel, todavía podría la izquierda occidental tener un importante enemigo visible. Pero, ¡cachis en la mar! la paz entre Israel y los palestinos podría ser posible y eso amenazaba con dejar un vacío importante en las mentes de muchos. Por otro lado, los zapatistas mexicanos se habían difuminado en la selva de la Historia siendo reemplazados por los cada vez más poderosos sicarios de la droga. Quedaba Chávez, Hugo Chávez, pero Chávez resbalaba cada vez más en un histrionismo propio de un fanfarrón irresponsable. Pocos progresistas serios le apoyaban. Quedaba también Irán, pero Irán y su antiamericanismo y antioccidentalismo era simplemente cruel y salvaje.

No obstante, la izquierda nunca criticaba abiertamente a Irán a pesar de su régimen represivo y fanático. Lo dejaba en la reserva por si acaso. Aun quedaba Cuba, pero Cuba languidecía en una economía cada vez más asfixiante. Y para colmo de males hasta el mismo Fidel reconocía a sus 84 años, con su enfermedad a cuestas, que el modelo cubano ya no servía ni para Cuba. Eso fue el mazazo final de un sueño que todavía algunos sustentaban. Pero además Fidel, con su defensa de los judíos y su advertencia al desaprensivo presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad para que dejase de jugar con el Holocausto, daba una bofetada en pleno rostro al payaso de Chávez y su luna de miel con el fanático iraní.

Era extraño. Nadábamos en tierra de nadie. Los problemas cada vez eran más difusos y las alternativas cada vez menos creíbles. Todo estaba cambiando a una velocidad vertiginosa. Todo parecía disolverse en un mar sin sentido. Los movimientos islámicos en nuestros países no atraían más que a unos pocos marginales de la izquierda neurótica, por el momento. China era un monstruo oriental que crecía y adquiría cada vez más poder, pero ese poder era incierto y podía simplemente ser un tremendo bluf económico. Japón dormitaba. África se revolvía en miseria, enfermedades y corrupción. Latinoamérica seguía soñando con sus populismos trasnochados, pero en realidad ya nadie creía en nada.

Eran los tiempos del nihilismo. De la subjetividad confusa. De las tecnologías informatizadas creciendo exponencialmente.

Se estaba cociendo nuestra era. Nuestra insólita era de los 2050.