El poszapaterismo -o sea, el PZP- cristalizado hace sólo unos días acaba de consagrarse con el cambio de Gobierno. ¿Y ahora, qué?

En los últimos años del anterior régimen se decía: ¿y después de Franco, qué? La respuesta oficial era: las instituciones.

Pues no, la democracia, aunque sea de tan baja calidad como la que padecemos.

Tras ZP, ni él mismo redivivo como dicen aún algunos -todo cambió el 7 de mayo, desde entonces es apenas un epígono de sí mismo-, ni un nuevo líder socialista que evidentemente no existe al menos para alcanzar la Moncloa -Rubalcaba es Fouché o al menos lo pretende y Fouché tiene mucho poder, pero no puede ser el número uno-, así que como los socialistas tienen un acusado olfato de poder y un elevado goce de su disfrute tendrán que recurrir a Felipe González o, si se quiere, en tándem con Carme Chacón, Trinidad Jiménez o Leire Pajín, distribuyendo papeles según circunstancias.

Un valor todo lo discutido y discutible que se quiera, pero muy sólido al menos electoralmente tal que Felipe González y una renovación ma non troppo encarnada en una de las tres ministras citadas.

¿Y la política? Pues la que dicta la realidad: un ajuste aún más duro que lo ya visto.

Como todo eso no basta, dispararán los dos grandes cartuchos en reserva: la legalización de la ETA -y la semiindependencia del País Vasco- a cambio de una entrega de armas tragicómica y una nueva ronda súper «Gürtel» donde líderes de primera, segunda y tercera del PP aparecerán esposados en los telediarios -calculo que a dos por semana- para hundir a la oposición que parecía tener ganada la partida.

Los socialistas acaban de optar por los dionisiacos, por las figuras duras. ¿Realizarán un cambio similar los populares, pasando de apolíneos y recuperando a los viejos rockeros que sí saben dar y encajar?

El PSOE ha adelantado estratégicamente al PP. ¡Salud para los vencedores!