Se lo dije hace tiempo a José Manuel Sariego, secretario de los socialistas gijoneses. «Hay que escribir sobre Rubalcaba». Sus ojos se iluminaron y no tardó en responder. «Me parece bien, pero no mates a Zapatero».

Pues bien, no hizo falta matar a nadie, porque ya sabemos que el Presidente está más vivo que nunca. Este Gobierno sale al campo de la política con viejas glorias que conservan la misma capacidad de reacción de entonces. Jáuregui y Rubalcaba, Ramón y Alfredo. Los dos imponen respeto y, en algunos casos, cierta admiración que sólo se enfría cuando uno reflexiona sobre la naturaleza del poder que recae en sus manos y la adversidad como el más cercano de los futuros. La derecha lo comenta en los mentideros del Senado y en los sótanos de la calle Génova. O sea, que todo este asunto mola, crea ilusión en unos y resignación en todos los demás.

Ramón Jáuregui llega a la Moncloa desde Bruselas, después de diez años sin ningún cargo de gobierno y con toda la experiencia para poder gobernar. Fue vicelehendakari con Ardanza y conoce perfectamente la fragua del terrorismo. En el Congreso, sus intervenciones eclipsaban a José Antonio Alonso, el actual portavoz del Grupo parlamentario Socialista. Entonces decidieron congelarlo en Bruselas y ahora vuelve con toda la dignidad de un ministro que nunca sacrificó a un compañero. En la toma de posesión invocó a Norberto Bobbio, la vieja izquierda italiana, que sabía lo que era gobernar mientras repensaba el socialismo y el Estado. Así que dijo: «La igualdad es nuestra estrella polar».

Con otra frase, Rubalcaba llevó a Zapatero hasta la Moncloa hace seis años. «España no se merece un Gobierno que le mienta». Después ha sido el ministro mejor valorado desde que asumiera la cartera de Interior. Es el mejor parlamentario socialista y ha descabezado a ETA desde que se extinguió la última tregua con la banda terrorista. Tiene a la derecha sumida en la congoja. Conoce como un ratón la nueva casa que cobija, la urdimbre gubernamental que no luce, esa que sólo han visto los retratos de la Moncloa. Viene para aunar voluntades entre ministerios que se hacen zancadillas. Todos le respetan porque funciona.

La crisis de gobierno puede significar un nuevo impulso para el país y se explica como un guiño a la izquierda y a la vieja guardia felipista. Ha creado expectación entre los sindicatos y la derecha. A todos ellos los ha pillado con el culo al aire. Nadie, salvo Rajoy, se atreve a criticar las consecuencias políticas que traerá este nuevo Gobierno, y lo que vaya a decirnos el registrador de la propiedad a estas alturas ya no interesa. Las advertencias de los barones de los últimos días no han caído en saco roto. En cualquier caso, Zapatero ha sido siempre, y lo es ahora, un verdadero maestro de la paradoja. Si las cosas fueran bien, deberíamos temernos lo peor, pero si nos lanzamos hacia el desastre, podremos estar tranquilos, a un día de la crisis de Gobierno ya es probable que pueda volver a cosechar otro triunfo en las próximas generales.