Hay que ver lo que la estupidez del alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, sobre los labios/morros de Leire Pajín, le ha cundido al PSOE, cuna del insultador político por antonomasia, Alfonso Guerra.

Es más: el sevillano ha creado escuela y ésta parece perdurable, pues el ministro José Blanco se refirió subrepticiamente el otro día en Málaga a la hipotética condición sexual de Mariano Rajoy. Si Guerra lo llamó «mariposón» hace tiempo, Blanco habló ante un auditorio enardecido de que a los del PP «se les ve el plumero», y agregó: «Bueno, a Rajoy no es difícil».

Posteriormente, el ministro de Fomento explicó que el plumaje rajoyniano al que se refería es a que, a su juicio, el líder de la oposición tiene una «agenda oculta que no quiere enseñar».

Explicación aparte, Blanco ha jugado con ventaja. Si alguien habla de los «morritos» de una neoministra, como la cosa es de una estupidez gruesa, se le pueden echar encima los de enfrente con todo furor, pues el hecho objetivo de tener o no tener labios carnosos no va a ninguna parte (en términos públicos, claro, pues en la vida privada cada cual puede hacer lo que más le plazca con su boca). Sin embargo, a ver cómo se defienden los partidarios de alguien sobre el que se duda repetidamente acerca de su orientación sexual, pues se trata de una trampa saducea: si callan, otorgan; y si se revuelven, les pueden aplicar el sambenito de que se quejan porque ajos comen (después, incluso Pedro Zerolo podría declarar: «Yo te comprendo, Mariano»).

Con todo, pese a los esfuerzos de José Blanco, hay que reconocer que ya no hay mítines como los de Guerra, con descripciones tan serenas como aquélla sobre Soledad Becerril: «Es como Carlos II disfrazado de Mariquita Pérez».

Más aún: León de la Riva y los morritos palidecen al lado de la carga de profundidad que llevaba lo de «señorita Trini», dedicado por Guerra a la ministra Jiménez. Está claro: de Alfonso para abajo son todos unos aficionados.