Con el paso del tiempo, cuando se repase cuáles han sido los grupos más damnificados por la crisis iniciada en agosto de 2007 y cuyos efectos se dejarán sentir por largo tiempo (José Ignacio Goirigolzarri, ex número dos del BBVA, afirma que lo peor para la banca española llegará en 2011 y 2012 y todos los agentes dan por hecho que España tardará años en crear empleo neto), habrá que señalar a la generación del «baby boom» español, los nacidos entre los años 1961-1965 y 1975-1980, al amparo del desarrollismo franquista y los inicios de la Transición.

Como ha señalado algún analista, han sido las víctimas cómplices propiciatorias de la burbuja inmobiliaria, sobre la que se ha sostenido este país desde 1986 (año de la proclamación de Barcelona como ciudad olímpica) hasta 2007. Los padres de esa generación (nacidos en los cuarenta y cincuenta) se encontraron, a la muerte de Franco, con todo por hacer y sin muchas dificultades para encontrar trabajo y alojamiento -hasta el punto de que, en muchas parejas de la época, no había necesidad de que trabajaran los dos para costear gastos esenciales (hoy, algo impensable)-. Por tanto, tampoco tuvieron que traerse millonadas del futuro para pagar los pisos del presente (como han hecho sus hijos durante la fase hiperbólica de la burbuja, entre 2002 y 2007) y con lo que tendrán que apechugar, durante años, previo pago de intereses (que no harán más que ir al alza). Con el riesgo creciente de que, con los años y si se produce la bajada de precios que todos quieren ahora (empezando por el nuevo ministro de la cosa, José Blanco), el valor de los inmuebles sea claramente inferior al dinero debido a los bancos.

Por otra parte, la generación hipotecada está académicamente mucho mejor preparada que la de sus padres, quienes convencieron a sus hijos de que «si estudias tendrás un futuro». Pero, cuando llegó éste, al entrar en la vida laboral (mediados de los noventa), se encontraron con otra burbuja de licenciados universitarios (en proporciones semejantes a las de Francia y Alemania)? que no estaba acompañada de una estructura productiva que los necesitara. De ahí que, como reflejan los estudios al respecto, hasta un 40 por ciento de universitarios españoles está subempleado (es decir, ocupan un empleo por debajo de su cualificación profesional). No es de extrañar que encontremos a bastantes universitarios de 40 años que, tras diez o más de desempeño profesional, sigan cobrando 1.000-1.200 euros mensuales? salario no muy distinto al que podían percibir en el año 2000.

Pues bien, tras la estafa inmobiliaria y académica, se está preparando una tercera. Para mantener el actual sistema de pensiones (que, como cualquier economista sabe, es un timo piramidal: lo que cobran los actuales pensionistas, poco numerosos pero crecientes, está sufragado por una base de empleados amplia, pero menguante, a 30 años vista) ya se habla de alargar el cálculo de la pensión. Primero, a 20 años para, después, hacerlo con toda la vida laboral (lo que se traducirá en prestaciones menores a las actuales, cuando los «baby boomers» se jubilen, en un momento en el que la población activa, salvo improbable llegada masiva de inmigrantes, habrá menguado considerablemente).

Como se ve, en esta historia siempre gana y pierde el mismo grupo de edad. Pero los ganadores no tienen de qué preocuparse: las cadenas hipotecarias y la apatía de esa joven generación son tan grandes que no les harán perder sus privilegios. Fíjense si no los perderán que un tipo como Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya ocupó un cargo público en el primer Gobierno de Felipe González, manda ahora más que nadie? casi 30 años después.