Las verdades son muy sensibles. Hasta aquellas que presumen de inmutabilidad reciben unos sopapos antológicos. La crisis, por ejemplo, nos está dejando sin esas verdades «cool» de nuestra era que se resumían en el Estado social. Temo pensar en las nuevas que las sustituirán. Hoy prefiero concentrarme en mis votos por empezar a reciclar también el aceite doméstico o consumir desde ahora preferiblemente a granel y sin envase. Lo haré porque me lo sugiere mi Ayuntamiento en plena Semana Europea de Prevención de Residuos y porque tiene toda la razón: hay que hacerlo.

Pues en mitad de esta fiesta comunitaria de la verdad recicladora, nos enteramos -no sé si por azar o por necesidad- de que Los Verdes alemanes apoyan la incineración de basuras, anuncio que ha dejado pasmados a sus correligionarios del resto de Europa y vendidos a los de aquí, que llevan años batallando contra la construcción de una incineradora en Cogersa, consorcio de gestión de residuos participado por el Ayuntamiento de Gijón y que ocupa terrenos de nuestro concejo, en concreto en la parroquia de Serín.

Movimientos conservacionistas de diversa índole, desde la Coordinadora Ecoloxista D'Asturies hasta Greenpeace se han pronunciado contra esta instalación. Insisten en que incinerar es caro, contaminante, no fomenta el empleo, no conciencia para consumir menos y reciclar más, y creará un entorno basurero donde otros territorios ajenos al nuestro pueden deshacerse de sus residuos.

Y ahora va esa verdad verde y muta un poco, lo suficiente como para hacer dudar a los mortales que no nos pasamos la vida contrastando estadísticas ni leyendo informes sobre el tema y que lo consumimos casi todo resumido en titulares. ¿Con qué quedarnos?

Confieso mi desconcierto con este asunto al tiempo que reconozco que las palabras de Benedicto XVI sobre el uso del preservativo me han sonado a gloria. Sí, vale que es una concesión mínima, interpretable, exigua, solitaria, cicaterilla, asustadiza, reversible, susurrada, colada, débil? pero es un resquicio.

No tengo duda de que la inmensa mayoría de los fieles disfrutan sobradamente y desde hace varios concilios de las bondades del condón y otros métodos anticonceptivos, pero han de hacerlo con la consciencia culpable de que va en contra de una de las muchas verdades inmutables de la Iglesia. Ahora esa verdad incomprensible para muchos tiene una grieta y eso es esperanzador.

Sin embargo, desmoraliza escuchar a los interpretadores autóctonos del interpretador divino. El Arzobispado de Oviedo, por ejemplo, dice que Benedicto XVI habla para quienes se empecinan en su «conducta inmoral». De verdad que da pereza aperturista metal y da bajío escuchar algunas cosas.

Casi prefiero el razonamiento de Benigno Blanco, Presidente del Foro Español de la Familia, que sigue votando por la abstinencia.

Lo digo porque bien mirado y globalizado, ésa sí que es una verdad inmutable; si tuviéramos la valentía de abstenernos de nuestro extraño vicio -a ratos cochinote, sí- de vivir, se arreglarían de una sentada todos los problemas.