Los datos sobre el número de horas que trabajamos en España en comparación con otros países son siempre algo confusos. Por ejemplo, parece que, en teoría, sólo trabajan más que nosotros los norteamericanos y los griegos. ¿Será verdad?

Lo que sí parece que es cierto es que nadie tiene más fiestas nacionales que los españoles. Seguramente, en las estadísticas no deben de contar los puentes. Porque se supone que no son fiestas, son puentes. Y no todo el mundo los toma. Apenas unos cuantos millones entre automovilistas y viajeros de avión que aprovechando la Inmaculada se van hasta Laponia, vaya usted a saber a qué. Lo supimos cuando nos enterábamos de las historias «humanas» de la gente varada en Barajas y otros aeropuertos.

Lo de los puentes en España está en nuestra cultura como lo están también las largas comidas con vino de dos y media a cinco y media. Hay que decir que ya no son tan frecuentes la copa y el puro, pero los largos almuerzos con vino no están en absoluto en decadencia. Luego se llega a la oficina a las seis y, eso sí, hasta las nueve, nueve y media no se vuelve a casa, en donde todo el mundo está convencido de lo que trabaja el hombre de la casa (estoy seguro que las mujeres ejecutivas no tienen las mismas rutinas, excepto quizá las políticas).

Me atrevería a decir que la mayoría de los 37 presidentes que se reunieron con Zapatero siguen esas pautas de largos almuerzos y largas horas de oficina. Es imposible determinar con exactitud la productividad real de esas horas vespertinas en el despacho, pero se pueden adivinar.

Esta costumbre de los presidentes de las grandes empresas españolas -no todos, espero- no se circunscribe sólo a ellos, el mismo esquema es imitado por todos los directivos de sus respectivas empresas. Si alguien entrara en la oficina a las nueve y se fuera a las seis con una hora para comer, no parecería importante. A nadie le interesa que fuera más productivo. Para ser alguien, hay que estar de diez a diez y mejor, con dos turnos de secretarias.

Si entrar en cuantificar lo que significa en términos de productividad real estas dos costumbres laborables tan españolas sí podemos afirmar que la imagen que damos no es la mejor. No nos olvidemos que el mercado es ciego, los que tienen los ojos muy abiertos son los analistas y los mercados hacen lo que los analistas les dicen. Eso de las fiestas de las Vírgenes variadas, y de los largos almuerzos no lo entienden bien los expertos.

Decían antes los marxistas y dicen ahora los neo marxistas conservadores que las culturas vienen determinadas por la economía. La economía nos está exigiendo como nunca que seamos más productivos, más competitivos. ¿Por qué no intentamos cambiar estas costumbres tan originales? A lo mejor, efectivamente, aumenta nuestra productividad.

Nada hay mejor que un líder para modificar culturas; si nos propusiéremos ir eliminando estas costumbres, bastaría con que lo hicieran los presidentes de las grandes empresas. Si los largos almuerzos comenzaran a ser de mal gusto como empieza a serlo fumar y los grandes ejecutivos comieran un sándwich, tuvieran desayunos de trabajo y se fueran para casa a las seis y media, empezaríamos a parecer un país normal aunque todavía no lo fuéramos.

Con respecto a los puentes, para que no perdiéramos ni un ápice de nuestros derechos laborales, quizá se podría establecer que los trabajadores tuviéramos un día o dos, a nuestra elección, además de las vacaciones, en el que pudiéramos quedarnos en casa -o ir a Laponia- un viernes o un lunes. Así se desestacionarían los puentes. De momento, aunque sólo fuera por razones de imagen, habría que suprimir la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Nuestro ministro de Asuntos Exteriores se indignaba cuando a la octava potencia la trataban los americanos como un país de quinta fila. Estoy seguro de que Moratinos tendría muy difícil explicar en inglés qué es eso de la Inmaculada Concepción y seguir queriendo ser una potencia respetable. Incluso el «golden boy», Bernardino León, no lo tendría nada fácil.