Lo que faltaba. Se vende el servicio de Correos británico y la efigie de la reina Isabel podría desaparecer de los sellos. Esa noticia arrinconada en una esquina del periódico no es intrascendente; sirve como poste indicador de la frontera de un Imperio desmoronado. Lo malo de los imperios es que tienden a ser sucedidos por otro cuando caen, y entonces surge un grupo de estudiosos que analizan las causas del relevo. No es un trabajo para deslomar a quien lo ejerce; al menos no debería serlo para los que lo intenten en tiempos venideros. Basta con encender la tele y ver a un comentarista deportivo lamentar, con voz compungida, lo mal que lo está pasando Cristiano Ronaldo. Es curiosa la complicidad que generan los privilegios más o menos compartidos. Cabe la posibilidad, desde luego, de que los gladiadores del futuro ganen en una hora lo que un montón de gente no gana en un mes; en ese caso la caída del Imperio quedará a medio estudiar. Faltará comprensión.

El sello más famoso que uno recuerda ahora no es de Correos, sino de cine. Max von Sydow jugaba y perdía una desigual partida de ajedrez en una película de Bergman. Había miedo a la peste en la Edad Media; hoy la gente se agrupa en los estadios para reafirmar su sentido tribal y, de paso, olvidarse de las viejas angustias de la vida y la muerte. Lo interesante es cuánto se está dispuesto a pagar por ese olvido; es obvio que hay una relación matemática entre pasta y zozobra. El Real Madrid pagó una fortuna por CR al Manchester United, lo que convierte al portugués en ex jugador de los diablos rojos. Todo el mundo es ex algo o ex alguien. El ministro Rubalcaba, que es varias veces ex -y más que lo va a ser-, aparece confraternizando con las tropas españolas en Afganistán. (Lástima que Rubalcaba sea cántabro, si fuera extremeño me reforzaba la teoría). Poco antes había visto una foto de Angela Merkel en la base alemana, también con su bandeja de comida en la mano. Las visitas al frente son como la música infame con la que los supermercados te castigan estos días: quieren decir que se acerca la Navidad.

Merkel es inteligente -Rubalcaba también, aunque de otra manera-. Merkel muestra con frecuencia un gesto a medio camino entre el humor y la irritación, como si quisiera hacer ver a sus colegas del Imperio bruselense que las cosas hay que hacerlas bien y no mal, no vaya a ser que el Estado del bienestar aparezca un día convertido en reliquia para investigadores incrédulos, entre los CD de «OT» y las fotos rotas de futbolistas tristes. Y, mientras tanto, un nieto de la reina de Inglaterra se da una vuelta por Berlín, la ciudad pedagógica par «excellence». Medio Berlín es ex. Ah, los imperios.