El libro ganador del último premio «Nadal», concedido hace unos días, novela la historia de Teresa Pla Meseguer, más conocida como la Pastora, una leyenda del maquis español. Hija de pastores, Teresa nació varón en 1917, en un pueblo del interior de Castellón. Al comprobar la malformación de los órganos sexuales del bebé, su padre decidió inscribirlo como hembra, para evitarle sufrimientos y burlas en el servicio militar de la época. En el mítico haber de esta especie de guerrillero hermafrodita figuran atrocidades que probablemente nunca cometió. Cuentan que la Guardia Civil humilló a Teresa en público, burlándose de su confusa entrepierna, y que la joven quiso vengarse enrolándose en el maquis.

La insólita vida de Teresa había sido ya biografiada por José Calvo en «La Pastora: del monte al mito». El autor tenia 19 años cuando asistió al juicio que se le hizo al guerrillero en Tarragona, y en los años ochenta consiguió entrevistarle. Según cuenta, a la Pastora se le imputó el asesinato de veintiún alcaldes, siete guardias civiles y dos ermitaños. «Donde nadie te encuentre», la novela de Alicia Giménez Bartlett, debe de haberse inspirado en el libro de José Calvo Segarra. La temida guerrillera nació como Teresa, fue «Durruti» en el maquis y terminó sus días como Florencio. Murió hace siete años. Y ni Almodóvar le puso una película ni fue nunca entrevistada en «Dónde estas corazón».

Si la primera novela galardonada de la nueva década nos transporta al ayer, otro tanto sucedió con el galardón más dotado del año anterior: el denostado, casi siempre razonablemente, premio «Planeta». En «Riñas de gatos», Eduardo Mendoza fabula sobre el Madrid de 1936, mezclando también realidad y ficción. El recurso al pasado resulta muy plausible, porque el presente es mejor ni mirarlo, y el futuro ya sólo parece anunciarse como una prolongada agonía de lo actual. Begoña Aranguren, ex de José Luis de Vilallonga, con perdón, ya practicó este tipo de collage hace un par de años en «Toda una vida», y reincidió después con «El amor del rey». Novelas menores pero muy amenas. En la primera de ellas nos mete la Aranguren en la II República, y la acción transcurre alrededor del salón de los Morla. Carlos Morla Lynch fue un diplomático chileno destinado en el Madrid de la década de los treinta, amigo de García Lorca y autor de un libro sobre el poeta que se reeditó hace un par de años. La residencia de los Morla en el barrio de Salamanca fue el cogollito de la generación del 27, frecuentado también por Ortega y Gasset, Eugeni D'Ors y Salvador de Madariaga. Carlos Morla salvó de la muerte a muchos españoles de los dos bandos, a los que proporcionó indistintamente refugio en la embajada chilena.

La protagonista de «Toda una vida» se llama Inés, como la chica de Almudena Grandes en «Inés y la alegría», que ya comenté hace unas semanas, y cuyo personaje real, para realizar la adecuada compota de letras, es Dolores Ibárruri. En la misma línea de mirar hacia atrás, novelando a protagonistas de la historia, está el bestseller «El tiempo entre costuras», de María Dueñas. Antena 3 adquirió los derechos de esta narración, que veremos próximamente convertida en una exitosa ficción digital. La chica del libro es modista y espía. Envía los mensajes delineando sus patrones de «haute couture» con el código morse, idea muy apropiada para una versión gay de James Bond. La parte real de la ficción la ocupan Juan Luis Beigbeder, representante del gobierno franquista en el protectorado de Marruecos, y la bella espía británica Rosalinda Fox. María Dueñas novela la caída en desgracia del culto y anglófilo Beigdeber, que fue el primer ministro de Exteriores de Franco, y que nació en Cartagena como la misma autora. Rosalinda Fox, espía glamurosa en el libro y en la vida real, murió casi centenaria en 2006, en un pueblecito de Cádiz.

Todos estos títulos, al margen de sus dispares calidades literarias, tienen algo en común: sus personajes reales novelados acaban resultando más interesantes que los de ficción inventados por las autoras. Paradojas de la vida, también, aquel pasado terrible, cuando era presente, vuelve ahora para seducirnos y librarnos con la lectura de la ingrata actualidad. Emoción y evasión a cuenta de una tragedia histórica. De todos los nombres evocados en estas novelas, rojos o azules, el retrato más definitivo corresponde a José Antonio Primo de Rivera. Era un personaje en busca de autor, y Eduardo Mendoza lo borda en «Riña de gatos», con sus contradicciones y sus delirios. De nuevo, aquí, la figura real se merienda a las de ficción. Una interesantísima novela política, aunque a su autor no le guste denominarla así, por más ironía que le ponga. Sobre la calidad literaria de estos libros ya habrán hablado los críticos, que siempre buscarán con lupa una coma mal ubicada para ponerlos a parir. A mí me han entretenido mucho, lo cual no es poco. Todo no va a ser manosear a Montaigne y a Thomas Mann. Y perdón por no hablar hoy de la crisis.