Hoy la Iglesia celebra la jornada mundial de las migraciones, jornada que nos sitúa frente, según algunos, al problema más importante del siglo XXI. Las migraciones son un fenómeno constante en la historia de la Humanidad. Uno de los fenómenos sociales modernos es la desaparición de muchas fronteras y la llegada y salida de millones de personas, que se desplazan a países lejos del suyo, esquivando el hambre y la miseria, en los que intentan comenzar una nueva vida. Muchas veces la búsqueda legítima de probar fortuna en nuevas tierras termina trágicamente en muerte frente a la cercana playa, a la que no llegarán nunca.

La historia de la humanidad es la historia de las emigraciones. Suponiendo que el «Homo erectus» haya aparecido en África, el resto de la población mundial es descendiente de emigrantes.

La forma de migración más importante en el siglo XIX es el éxodo rural, el desplazamiento masivo de habitantes desde el medio rural al urbano. El pueblo judío inició un camino largo y difícil, que duró cuarenta años, desde Egipto hasta llegar a la tierra prometida. Los primeros tiempos del cristianismo están marcados por los viajes continuos de Pablo, Pedro, Santiago a todos los rincones del Imperio Romano. En los tiempos modernos hay grandes movimientos hacia América, Australia y Europa, que ocasionan la fuga de cerebros y de jóvenes, que agravan, aún más, el subdesarrollo de sus países. Afortunadamente, cayó el muro de Berlín, que fue construido para evitar la emigración hacia Occidente.

Es urgente garantizar el derecho a la libre circulación, empezando por respetar el derecho a no emigrar, a detener la fuga de cerebros por parte de los países desarrollados, a reducir la desigualdad entre países ricos y pobres, impulsando campañas antidiscriminatorias, orientadas a la construcción de sociedades culturalmente plurales.

«Fui forastero y me acogisteis». Las consecuencias de las migraciones plantean problemas graves, como el agrupamiento familiar, el desconocimiento del idioma, la novedad de una nueva cultura, el rechazo social. Nuestro país, España, tierra de emigrantes, debe acoger y asistir, posibilitando una sensibilización social y política en fomentar y favorecer la promoción humana, cultural y religiosa de quienes llegan ilusionados a nuestra tierra.

Bienvenidos amigos, amigas, emigrantes, estáis en vuestra casa.