La literatura médica nos ofrece, en ocasiones, descripciones de casos clínicos espeluznantes e incluso situaciones que constituyen impresionantes desafíos a los conocimientos del facultativo. En estas líneas me voy a referir a dos casos insólitos, que habrían sido mucho más sencillos de diagnosticar si los pacientes hubieran explicado las cosas llanamente, sin tabúes.

El primero de ellos se publicó en una revista médica india, hace ya siete años (Indian J Chest Dis Allied Sci 2004; 46: 55-8). La paciente era una maestra de escuela de 27 años que acudió a la consulta por experimentar durante los últimos seis meses tos, esputo y fiebre persistente. Tras recibir, durante cuatro meses, antibióticos y antituberculosos, los síntomas no mejoraron, lo que hubiera sido deseable. En vista de la situación, procedieron a emplear otras técnicas, hasta que la videobroncoscopia reveló la presencia de una estructura, en forma de «bolsita invertida», en uno de los bronquios. En consecuencia, se dispusieron a extraer aquel cuerpo extraño, que resultó no ser otra cosa que un preservativo que la mujer había aspirado «accidentalmente» durante un encuentro sexual con su pareja.

La vergüenza también fue el motivo por el que los médicos de Groenlandia tardaron en dar con la solución del siguiente caso. Se trataba de un capitán de un barco pesquero que fue a la consulta con síntomas de gonorrea, enfermedad cuyo diagnóstico se confirmó con un análisis de sangre. El caso clínico (Genitourinary Med. 1993; 69: 322) representó un reto en el que tuvieron que echar mano de todas sus dotes persuasivas en el ámbito del interrogatorio para hallar la fuente de la infección, dado que se trataba de una enfermedad de declaración obligatoria.

El hombre volvía de un viaje por mar de tres meses y estaba claro que se había contagiado a bordo. No había duda. Sin embargo, no había mujeres en el navío y él juró y perjuró que en su vida había mantenido relaciones sexuales con hombres.

El interrogatorio médico, al más puro estilo detectivesco, acabó con la confesión de que había sustraído temporalmente la muñeca hinchable que guardaba en el armario uno de los tripulantes para satisfacer sus instintos carnales -en este caso plásticos-. Más tarde se confirmó que el propietario había contraído la gonorrea antes del inicio del viaje de vuelta.

Cuando el Dr. Harald Moi, autor del artículo titulado «Transmisión de la gonorrea a través de una muñeca hinchable», acudió a recoger el Premio Ig Nobel de Salud Pública en 1996 señaló que el mayor problema al que se enfrentaron posteriormente fue cómo comunicar los hechos a la esposa del paciente. Y es que en estos temas no hay que fiarse de nadie... ni de nada.