Lo vi y lo escuché en la tele, allí estaba aquel anciano digno, enérgico, sensato y lúcido. Una cadena había sacado a la calle a sus reporteros para encuestar a la gente sobre la educación en España. Vaguedades, no saben ni contestan, todo está mal, está regular? hasta que llenó la pantalla aquel señor mayor que, sin duda, traía muy reflexionado el asunto: «Mientras más grandes son las escuelas, más chicas son las cárceles, más chicos son los hospitales». Y como no tenía más que decir, ni nada quedaba por añadir a sus sabias palabras, se llevó los dedos a su gorra visera en gesto de saludo amable, fuese y no hubo más.

Confieso que, en mi enorme ingenuidad, había creído las promesas del Gobierno acerca de la dignificación, por fin, de la labor escolar. Pensé que de ésta iba, de una vez, el compromiso firme de tratar la educación y la instrucción de las generaciones futuras como si fuesen la niña de los ojos ministeriales. Oía complacido a don Ángel Gabilondo: «Si invertir en educación es caro, no invertir es carísimo». La realidad, de nuevo, me apeó de la burra. A la vista de los datos, el presupuesto educativo se reducirá durante 2011 en 1.800 millones de euros. A la vista de los datos, se metió tijera en algo que debería ser tan intocable como es el futuro de nuestros chavales. A la vista de los datos, la medida radical para que los profesores nos sintamos respaldados por la sociedad y podamos educar e instruir con autoridad, paciencia y vocación consistió en bajarnos el sueldo. Es que hay crisis, es que hay que reducir costes y costos, es que todos debemos apretarnos el cinturón y ser solidarios, es que no hay ni un euro, es que lo hacemos muy a nuestro pesar, con lagrimitas en los ojos, con harto dolor de nuestros corazones políticos. Y un jamón. En un periódico nada sospechoso de desafección al actual Gobierno, leo hace unos días: «Las principales fortunas españolas se olvidan de la crisis y atesoran 6.800 millones más que en 2008». Sigo leyendo: «Los tipos de más pasta de este país habían ganado en 2009 un 27% más que en 2008; y el año pasado un 8,6% más que en 2009», es decir, 2.748 millones de euros en plena crisis, en plenos tijeretazos y guadañazos, con un paro que mete miedo.

Reparen ustedes en la cifra y verán que unos cuantos pocos se embolsaron cerca de mil millones más de lo que se quita a la educación e instrucción de los españolitos. Luego dinero hay, el dinero está, vayan ustedes a engañar a otros perros con sus huesos demagógicos sobre lo mucho que los desvela la vida en las aulas y en los laboratorios de investigación. ¿Acaso alguien se extrañaría de que un profesor tuviese que cortar en clase su charla sobre la importancia y la necesidad de formarse por culpa de que algún educando informado le soltara: «Cállate, pringao, no te enrolles, que te han bajado el sueldo y han metido mano a los gastos educativos, tío, mientras que los ricos son más ricos todavía, subnormal»? La educación y la instrucción no deberían haberse tocado, tampoco la sanidad. Quienes lo han hecho, habiendo dinero como hay, no esperen, ni de mí ni de muchos, ni un vasito de agua cuando les toque atravesar el desierto.