El PP asturiano ha estallado otra vez. Como en 1998, se ha roto en el momento que disfrutaba de las mejores perspectivas electorales. La presentación de Foro Asturias en el Registro del Ministerio del Interior es la consumación de la ruptura. Una más. Como si el destino de la derecha en España fuera dividirse. Conservadores y liberales se disolvieron como un azucarillo en la crisis final de la Restauración. La II República fue prolífica en pequeños partidos moderados de centro y derecha, entre ellos los reformistas asturianos. Los democratacristianos celebraron en 1976 un congreso decisivo para comprobar que no podían pertenecer al mismo partido, yéndose a continuación cada uno por su lado. La frágil estructura de UCD, resultado de un difícil acuerdo entre 17 partidos minúsculos para concurrir a las primeras elecciones celebradas después de Franco, resistió con dificultades lo que duró la legislatura constituyente de 1977. Las fuerzas componentes de Coalición Popular establecieron una relación poco amistosa desde el principio, que no superó la prueba del primer fracaso electoral. El PP consiguió reunir a su alrededor a todo el centroderecha, con la única excepción de los partidos de ámbito autonómico, pero las tensiones internas reaparecidas tras el relevo de Aznar han sido una amenaza constante para el liderazgo de Mariano Rajoy. Cabe pensar que en el fondo de una inclinación tan acusada a la fragmentación late un problema de inadaptación a los cambios históricos de la sociedad española.

En esta ocasión, el desenlace repetido se ha justificado de diversas maneras. Según el propio Álvarez-Cascos, su abandono del partido es una respuesta a la conducta de la dirección, por haberle dejado desamparado ante los insultos y descalificaciones que ha recibido de dirigentes asturianos, a quienes además habría premiado con la nominación de su candidata a la Presidencia del Principado. De ser así las cosas, deberíamos admitir que unas palabras torpes y fuera de lugar, de tono similar a tantas otras de uso común en el lenguaje político, por quedar impunes son causa suficiente para provocar una escisión y crear un nuevo partido. La reacción de Cascos, político tan dado a la violencia verbal que Javier Tusell le dedicó en 1997 un artículo titulado «La decadencia del insulto político», no guarda proporción con los hechos que la habrían motivado. Desde luego, no tiene precedentes.

Para sus seguidores, el PP ha renunciado a sus esencias al descartar de forma antidemocrática al que consideran el líder incuestionable de la derecha asturiana, el único capaz de asegurar la victoria electoral. En defensa de lo primero exhiben las miles de firmas recogidas y aducen que la inmensa mayoría de los afiliados prefería a Cascos como candidato. Pero esto no lo sabremos mientras no se celebren unas primarias. Y el PP, que no las contempla en sus normas internas, en realidad ha actuado de acuerdo con su práctica habitual. Todo ello conduce a pensar que han convertido la manera informal de adoptar la decisión sobre el candidato en el pretexto para darse de baja en el partido.

Las encuestas publicadas recientemente que auguran una mayoría de votos para cualquier lista encabezada por Álvarez-Cascos corroboran, según sus partidarios, el carácter ganador de su líder, que hoy sería el más valorado por los asturianos y podría obtener casi el mismo porcentaje de votos que en sus mejores tiempos, a pesar de haber estado siete años ausente de la política regional. Pero la evidencia obliga a moderar tanto optimismo. Porque Álvarez-Cascos ha sido cabeza de lista en Asturias en todo tipo de elecciones y ha obtenido grandes triunfos como, por lo general, severas derrotas. Ha ganado cuando el PP ha sido el partido más votado en España, en 1996 y 2000, y ha perdido con un apoyo muy inferior al de sus principales competidores todas las elecciones en las que AP y el PP fueron derrotados a nivel nacional entre 1979 y 2003. La única vez en que los resultados del PP nacional y el PP asturiano no coincidieron fue en las elecciones de 2004: el PSOE obtuvo entonces la mayoría en el cómputo nacional, pero en Asturias ganó el PP. En aquella ocasión, la candidatura popular estuvo encabezada por Alicia Castro Masaveu y consiguió un resultado sólo ligeramente inferior al mejor de Álvarez-Cascos, cosechado cuatro años antes, en el apogeo electoral del PP. Recuérdese que meses antes Álvarez-Cascos había convocado a la prensa para comunicar con toda solemnidad su renuncia, cargada de intenciones hacia el partido, a ir en la lista asturiana de los populares.

En resumen, Cascos no ha ganado ninguna elección en Asturias en la que el PP saliera derrotado en España. De manera que más que ganar el PP elecciones gracias a Cascos, los datos indican que ha sido éste quien ha ganado elecciones gracias al PP. Del mismo modo que las derrotas del PP no son imputables a Cascos, aunque su actuación pudo haber sido un factor determinante en la debacle de las elecciones autonómicas de 1999. No hay datos electorales que confirmen el arrastre de un 10% de votantes que las encuestas citadas le atribuyen personalmente. Sus seguidores demuestran tener depositada una fe ciega en él, pero esa fe podría estar induciendo a error sus cálculos sobre las verdaderas posibilidades electorales de Cascos.

Trato de decir que la actual crisis del PP se nos presenta tan enigmática como la de 1998. De hecho, son numerosas las hipótesis que concurren en los círculos políticos y en los medios intentando ofrecer la explicación más certera. Quizá porque la auténtica razón de ambas consista en algo tan inconfesable como una mera disputa de poder. La diferencia es que ahora Álvarez-Cascos ha decidido dar un paso adelante, iniciando una maniobra que suscita, por lo ya dicho, dudas e interrogantes a cada paso y que podría concluir con su regreso al PP, del que no se ha ido del todo, en una retirada definitiva o, lo más probable, en el ejercicio transitorio de un papel profundamente perturbador en la política asturiana. Si los motivos auténticos de su ruptura con el PP no están claros, tampoco se dejan ver con claridad sus intenciones.

Quedémonos, pues, con los hechos. Foro Asturias es una fuerza política aún sin definir, impulsada por el propio Álvarez-Cascos para actuar al servicio de sus objetivos políticos, que permanecerán celosamente guardados hasta que las circunstancias obliguen a mostrarlos. Si él no hubiera decidido hacer un quiebro en una trayectoria lineal de más de tres décadas de conservadurismo clásico, es seguro que Foro Asturias no se habría formado.

En todo caso, una vez creado con el propósito inicial de competir en las próximas elecciones locales, deberá buscar su sitio en el panorama político asturiano. Para ello necesita una identidad, organización, un electorado de referencia y, por tanto, un programa. Los trámites de su puesta en escena se van precipitando con rapidez, pero por el momento sólo se tiene conocimiento público del trasvase de afiliados desde el PP al nuevo partido y de los discursos y declaraciones de Álvarez-Cascos ante sus fieles o en los medios de comunicación. Sus palabras contienen una crítica frontal a los partidos mayoritarios, a los que acusa de ser indiferentes a la suerte de la región y ponerse de acuerdo para engañar a los asturianos; una reivindicación emocional de la asturianía, con invocaciones históricas y gestos efectistas cuidadosamente seleccionados, y una apertura a los símbolos más respetados de la izquierda asturiana. En sus intervenciones ha evitado identificarse como conservador o liberal conservador, que es lo que ha sido siempre, bajo la inspiración de Fraga y su interpretación del ideario de Jovellanos, e incluso se ha mostrado conforme con el proceso de convergencia ideológica en las sociedades avanzadas.

El hilo del discurso que transmite estos días Álvarez-Cascos permite describir Foro Asturias como un «populismo controlado». Con esta etiqueta, el politólogo francés Guy Hermet se refiere a fuerzas políticas que muestran actitudes antipartidos sin rechazar el juego democrático, tratan de ganarse la confianza de los ciudadanos desencantados proponiendo soluciones inmediatas para las situaciones más conflictivas y mantienen una relación visceral con la política. Foro Asturias, por lo que se ve, no pretende ser un simple duplicado del PP, aunque haya tomado prestado el perfil centrista que Aznar le asignó desde el poder, ni un partido asturianista, sino un poco de todo. En todo caso, dispone de dos meses para presentarse ante los electores con una identidad.

Los asturianos perciben que las cosas les han ido bien hasta la fecha, protegidos por el Estado y dejándose ir, pero también divisan señales en el horizonte que les producen inquietud. Quizá estén deseando que la clase política aborde de otra manera el futuro de Asturias, empezando por reconocer y compartir los problemas. En los tiempos que corren, sin embargo, podrían sentir la tentación de acudir a la llamada de quien los invita a estar unidos para vivir una nueva ilusión. Ellos tienen la última palabra sobre lo que más conviene a Asturias. La decisión es muy importante y la política asturiana está agitada y algo confusa; por eso será necesaria la máxima lucidez para adoptarla.