Se está celebrando un juicio en la Audiencia Provincial contra unos padres acusados de maltratar a sus tres hijos. Los presuntos maltratadores están en la calle desde que ocurrieron los hechos, ¡hace ya tres años!, con una fianza de 1.000 euros tras pasar una semana en prisión. En aquel momento tenían unas gemelas de tres meses y un niño de año y medio. Los informes forenses indican que una de las gemelas sufre parálisis cerebral y encefalopatía grave postraumática, así como gran invalidez irreversible, y presentaba en el momento del ingreso costillas rotas, hematomas...

La otra ingresa al día siguiente, con un retraso psicomotriz, presumiblemente por los golpes, del que se va recuperando, con lesiones susceptibles de ser quemaduras en las nalgas. Y el hermano mayor, con múltiples marcas que apuntan a un continuado maltrato.

Me van a permitir tocar este tema que no resulta agradable. Está de moda el maltrato de género. ¿Y qué pasa con los niños? ¿Dónde están los defensores de los derechos de los niños? ¿Dónde las campañas mediáticas que defiendan a los miles de niños que sufren estas situaciones? Los niños son lo que más quiero en este mundo. Ahora que tengo un bebé en brazos muchos días, lo veo y me pregunto: ¿quién puede hacer daño a un niño?... Y me contesto: muchos padres. Lo hacen física y emocionalmente.

Sé que hay padres que no deberían serlo, a los que estaría más que justificado una prohibición de procrear. Este Gobierno al que tanto le gusta manejarnos la vida, decirnos lo que está bien o no... ¿no es capaz de detectar grupos de riesgo en los que la paternidad jamás va a ser responsable? ¿Controlarlos, vigilar la crianza de esos niños? ¿Es que nadie pudo detectar algo en esa familia? ¿Qué es lo que está fallando?

Porque resulta que vas al médico con un niño travieso (le ha pasado a una amiga), que se cae mil veces, como les sucedía a los míos, y a la tercera vez te dicen que te van a denunciar si vuelves. Y todo porque se trataba de una madre primeriza a la que le daba miedo que la niña tuviera algo más cuando se caía del tobogán, o del árbol, o del patinete... porque iba con moratones en las piernas, como todos los niños del mundo. Con un poco de perspicacia, cualquiera se daría cuenta de que la niña era una niña feliz, que adoraba a su madre, y que si había que acusar de algo a esa madre era de ser aprensiva y temer por la integridad de su hija. Por eso hay casos en los que hay que tener, además de pericia médica, algo de sentido común, porque los bebés no suelen tener hematomas, ni se caen continuamente, ni presentan un retraso psicomotor de un mes para otro, ni anemias, ni son niños que no sonríen ni llevan el terror en sus ojos.

Y estamos hablando del maltrato físico, que se da en todos los estamentos sociales, aunque es más frecuente en familias marginales o desestructuradas, con padres toxicómanos o con deficiencias psíquicas, como ahora alude la defensa del padre consentidor del maltrato). En este tipo de familias, ¿no sería básico un seguimiento exhaustivo? Ya que tenemos la desgracia de dejarles ser padres, ¿quién defiende a esos niños? ¿Quién les va a solucionar esos primeros años de vida, sin cariño, con el único contacto físico del golpe, la quemadura, la tortura? El otro, el maltrato emocional, es más frecuente en todo tipo de familias, de clase media y muy alta. Mucho más difícil de detectar, pero igual de doloso y de frecuente. Esos padres que, desde que nacen sus hijos, los humillan, vejan y maltratan psicológicamente con metas inalcanzables, con un «no sirves para nada», un «acabarás fregando calles», o un «para qué te habré tenido»; o simplemente, por omisión: ni una caricia, ni un ánimo, ni una palabra de consuelo, sólo notas, rendimiento, competitividad y que mi hijo sea el mejor futbolista, el mejor en el cole, porque así puedo presumir de niño como lo hago de coche o de casa.

El maltrato físico no suelo verlo, porque evidentemente se guardan bien de acudir a pedir ayuda. Del emocional, cada día veo más. Sufro por y con los niños que tienen también una mirada triste, una ausencia de amor que transpira por cada uno de sus poros, que necesitan abrazo porque no tienen el de sus padres... Por eso, estos días me refugio en esa niña que ya es parte de mi vida. La miro y me reconcilio con el mundo, porque sé que ella será feliz, que su mirada será limpia y su sonrisa real. Porque está rodeada de todo el amor del mundo y ésa es la vitamina que la hará crecer por dentro y por fuera; vitamina de la que carecen miles de niños en este mismo momento. Niños desnutridos de amor que están muertos por dentro.