Fijo de plantilla en la prensa rosa, el ex ministro socialista Miguel Boyer es uno de los pocos españoles que ve de ese color el futuro de la economía española. Donde otros no distinguen más que negrura y sombras en el largo túnel de la crisis, Boyer ha atisbado la resurrección del producto interior bruto para el año 2013, fecha en la que España volverá a crecer (aunque ni siquiera entonces disminuya el número de parados). Para que luego acusen a Zapatero de optimista.

Boyer ya había aventurado a finales de 2009 que España saldría de la recesión ese mismo año, aunque tan feliz pronóstico no se haya cumplido siquiera en 2010. No quiere ello decir que carezca del don de la profecía. Parece más razonable pensar que el marido de Isabel Preysler tiende a ver la vida en rosa por mera influencia del ambiente en el que acaso se mueva. El glamuroso mundo del colorín y de la gran empresa en el que ingresó por vía conyugal ha de darle, lógicamente, una visión de las finanzas muy distinta a la que tienen los parados, los pensionistas y otras gentes de esa sombría España que sólo adivina catástrofes en el horizonte.

El que fue primer ministro de Economía de un Gobierno socialdemócrata en este país cargó ya en aquel lejano año 1982 con la desconfianza de muchos de sus propios correligionarios, encabezados por Alfonso Guerra. Se le reputaba entonces de socialista de salón y ni siquiera su pedigrí de miembro histórico del partido fue suficiente para quitarle de encima esa imagen de izquierdista de la facción caviar.

En realidad, Boyer fue ejemplo pionero en España de la teoría de la evolución de las especies aplicada a la política. No llegó a los extremos de conservadurismo del actual Zapatero, cierto es; pero sí le tocó hacer, como ministro del gabinete inaugural de Felipe González, la primera gran liberalización para aflojar los corsés que la economía española había heredado del franquismo. Entre otras cosas, relajó los horarios del comercio y las reglas de alquiler de la vivienda, además de limitar el gasto público; aunque se le recuerde mayormente por el decreto de expropiación de Rumasa y el «¡Que te pego, leche» con el que le obsequió un airado Ruiz-Mateos. Azares de la Historia han hecho que los dos vuelvan a estar ahora en los papeles, casi treinta años después de todo aquello.

Nada había de sorprendente en la política liberal aplicada con ortodoxia por Boyer, del mismo modo que tampoco lo hay ahora en las medidas de corte conservador que -en su caso, sin gran convicción- está tomando Zapatero. La experiencia sugiere que las reformas más dolorosas para el trabajador suelen hacerlas los partidos de izquierda, y no exactamente por azar. Ocurre que los de derechas tendrían muchas más dificultades para ejecutar el que en apariencia es su propio programa sin el parachoques de unos sindicatos complacientes que amortigüen el impacto y, llegado el caso, sujeten a los trabajadores.

Quizá por eso resulte alentador que un ex ministro de comportamiento tan razonable como el que, en general, tuvo Boyer al mando de la economía vea de feliz color rosa el porvenir de las finanzas y el bienestar de España. Liberal a fuerza de socialdemócrata, y viceversa, su currículum lo avala cuando afirma que el PIB crecerá un 2 por ciento dentro de un par de años o cuando niega que los españoles sean esas gentes perezosas e improductivas a las que suelen aludir con desdén los gobernantes del centro y norte de Europa.

Firme contra esos tópicos, Boyer demuestra con números que aquí le echamos al curro unas 250 horas más al año que los mismísimos alemanes, aunque seamos muchos menos a trabajar por culpa de las desdichas del paro. Malo será que con tan laboriosos mimbres y algún milagro adicional, España no salga de la crisis en ese radiante 2013 que vislumbra entre las sombras el optimista Boyer. Para entonces cantaremos con Edith Piaf «La vie en rose».