Hubo un tiempo unos años atrás en que los concejales del Ayuntamiento de Avilés se empeñaban en mantener, contra viento y marea, que el aire que se respiraba ya era salubre y que la ciudad avanzaba a pasos agigantados hacia la descontaminación. Evidentemente, la situación de entonces no era tan crítica con la disminución de la actividad industrial como cuando la industria pesada, toda al mismo tiempo, desataba su furia de hollín sobre la atmósfera. Sin embargo, la lógica de los hechos se revolvía contra el voluntarismo optimista municipal cada vez que se producía una nueva fuga siderúrgica, de AZSA o de cualquiera otra de las fábricas; los sueños de una ría limpia se desvanecían cuando se detectaba un nuevo vertido a las aguas.

Una de las preguntas frente al optimismo era: ¿Si Avilés es una ciudad tan limpia por qué no pedir la descatagolación contaminante de la ciudad señalada por sus malos humos? Nadie respondía entonces nada coherente al respecto; ahora se dice que la declaración de atmósfera contaminada ya no tiene efecto y no hay por qué preocuparse del sambenito.

Pero más allá de las etiquetas, están los hechos. La polución en 2010 superó uno de cada tres días los niveles admisibles, arrojando, además, nuevos elementos preocupantes como el benceno procedente de Baterías de coque, una fábrica con instalaciones más propias de Bulgaria que de un país desarrollado.

Los políticos no pueden mirar para otro lado, ni quitarle importancia a un problema como el de la contaminación que preocupa a los vecinos. No vale mostrarse tan repipis con el tabaco y tan pasotas con las emisiones de las fábricas.