Una mañana de finales de la primavera del año 2001 quedé para desayunar en el hotel Palace de Madrid con Toni Cruz y con Josep Maria Mainat, responsables entonces de la productora Gest Music. El año anterior, quizá para celebrar la entrada en la nueva década, tan orwelliana, se estrenaba «Gran hermano» en Tele 5, con un éxito arrollador. Pero Cruz y Mainat seguían fieles a su línea de programas de entretenimiento familiar, con sus espectaculares decorados que habrían de cambiar la estética de nuestra televisión, con grandes formatos como «Luna de miel», «Lluvia de estrellas» o «La parodia nacional». Tiempo atrás, cuando yo trabajaba en una televisión autonómica, en una reencarnación anterior, les había propuesto algún programa más próximo a los cánones del sensacionalismo. La respuesta siempre había sido la misma: «Eso, nosotros, no lo sabemos hacer». Luego lanzaron «Crónicas marcianas», un hito en la historia de la televisión de España, y algunos les acusaron del pecado de telebasura, pero aquello de Sardá sólo era cachondeo de alta gama.

En aquella época me ocupaba de asuntos relacionados con la programación de TVE. Se había producido un hueco en el «prime time» de la cadena, y Gest Music nos presentó algunos proyectos. Uno de ellos, un concurso para jóvenes cantantes, nos llamó la atención, sin terminar de convencernos. El director de TVE, Álvaro de la Riva, me encargó que le diera algunas vueltas a la propuesta, para lo cual me reunía esa mañana con Toni y con Josep Maria. La sombra de «Gran hermano» era muy alargada, pero la consigna de Moncloa, con Aznar en la Presidencia, era evitar la llamada telebasura en la rejilla de TVE. Necesitábamos un espacio de entretenimiento pero que tuviera su parte de «reality», que era lo que se llevaba, aunque sin traspasar determinados límites. En la cúpula del Palace, entre tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos, vino al mundo «Operación triunfo». El programa tendría su «casa», como «Gran hermano», pero sólo se mostraría la parte profesional del encierro, el afán de superación de los concursantes o facetas humanas aptas para todos los públicos, como las lloreras de Bustamante y la lucha de Rosa contra el sobrepeso. Y como necesitábamos un final que diera sentido al proyecto, se me ocurrió que el ganador representaría a España en el Festival de Eurovisión. Festival por el que TVE no había demostrado gran interés esos años, y al que concurría casi para cubrir el trámite.

La noche del estreno, en octubre de 2001, devoré una cajetilla de Marlboro. Los éxitos siempre tienen muchos padres, en el mundo de la televisión, como luego sucedería con «OT», pero no dejaba de pensar que el fracaso me lo iban a cargar a mí, con toda la razón del mundo. Esa noche, con David Bisbal en la pantalla, me llamó el director de TVE y me dijo que el programa no estaba mal, pero que la gente seguiría viendo mayormente «Periodistas», la serie líder de la noche de los lunes, que emitía Tele 5. Respondí que pensaba lo mismo. Al día siguiente el dato de audiencia no era para echar cohetes, pero respiré aliviado. Ni éxito ni fracaso, se podía esperar cualquier cosa. Cualquier cosa menos lo que realmente sucedió en la tercera y cuarta emisión, cuando el programa se disparó hasta convertirse en uno de grandes éxitos de la historia de la televisión en nuestro país. Y en uno de los formatos españoles más vendidos en el resto del mundo. Expertos y sociólogos habrían de estudiar después las razones de ese éxito sin precedentes, que trascendió a la pequeña pantalla, para terminar llenando estadios de fútbol, como el Vicente Calderón.

Ese programa que vi nacer, que rompió con todos los récords de audiencia y que mantuvo en vilo a millones de españoles, se acaba de morir ahora. Tele 5, la cadena «killer», la misma que nos da «Gran hermano» donde antes ponían CNN+, se lo acaba de cargar por sus malos resultados de audiencia. Obviamente está en su derecho. Pero nunca sabe uno si un programa fallece de muerte natural, porque los datos mandan, o es que también lo han asesinado un poquito a base de torpezas y desaciertos. Por ejemplo, la presentadora de esta edición, una joven muy atractiva, parecía más bien una concursante. Nada que ver con el oficio de Carlos Lozano o de Jesús Vázquez. O quizás es que «Operación triunfo» quedaba ya como un cuento infantil en la escabrosa rejilla de Tele 5. Sea como fuere, fue bonito mientras duró. Descanse en paz.