Llegó por el Huerna, de incógnito, conduciendo un Bentley, y marchó sin despedirse y por pies, tomando las de Villadiego. El ventrílocuo que hablaba por los codos y que antes de meterse en oscuros berenjenales le puso voz a un paleto, a un infante deslenguado y a un pajarraco con trazas de sepulturero se fue de Gijón sin decir esta boca es mía. Cayó el telón del teatro de la Laboral y José Luis Moreno hizo mutis por el foro.

Este Amancio Ortega de la telegenia iba a convertir el mausoleo cultural del arecismo, un sitio donde el «régimen» había invertido mucha tela, en «el Zara de la cultura». Pero a Moreno se le torció el patrón y le destiñeron los retales con las lágrimas de Isabel Pantoja, hasta el punto de que la productora de su propiedad que se ocupó de los montajes del escenario gijonés, Kulteperalia, acabó sucumbiendo a un expediente de regulación de empleo.

Tras una etapa de vanguardismo, pésimas críticas y escasas taquillas bajo el mandato del padre Feijóo, los popes de la cultura regional pensaron en Moreno para evitar el naufragio del buque insignia. Pero el experimento salió rana y hasta en Facebook surgió un grupo crítico que a la llamada de «No quiero a José Luis Moreno como programador del teatro de la Laboral» llenó la red de chascarrillos y chanzas que no las mejoraría el cuervo Rockefeller en sus años mozos, después de atizarle al frasco.

Los genios de Recrea quisieron huir de Málaga y se dieron de bruces con Malagón: se exiliaron de la Guatemala de una programación que pretendía paladares selectos y cayeron en brazos del «fast food» de Moreno, un humorista en traje de empresario que los embarcó en un viaje «friki» a Guatepeor. Para semejante carrera en burro no hacía falta tamaña alforja. Quisieron cambiar el sombrero de copa de la vanguardia por la boina de Macario, demostrando fehacientemente que Dios creó algunas cabezas perfectas y el resto las cubrió de pelo.

Parecería que tras desembarcar en Gijón, en vez de guiñarle un ojo, a Moreno lo miró un tuerto: llegó sospechoso y se marchó imputado; «Los Lunnis» se le declararon en huelga de chistes caídos y tuvo que prestar mantas a los asistentes a una «Traviata» al aire libre para que el servicio de urgencias de Cabueñes no se viera colapsado por un ingreso múltiple de pulmonías.

El ventrílocuo con aspiraciones de rey Midas llegó a Gijón anunciando «La que se avecina» y salió por pies a la vista de que «Aquí no hay quien viva». José Luis Moreno, como sus viejos muñecos, acabó la actuación y se refugia encerrado en la maleta. O en su castillo de naipes, otrora un imperio audiovisual que se derrumba a la puerta de los Juzgados.