Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra», decía Simone de Beauvoir. En realidad, cuando una se hace al escándalo, este automáticamente deja de serlo, pasa a la categoría de rutina, se vuelve irrelevante y se camufla entre el resto de sucedidos de la vida. Ese es el gran peligro sobre el que alertaba la francesa. Ahora nos avisan de otro riesgo, el de los escándalos ficticios.

Esa fue la definición que Luis Tuero, abogado del ex arquitecto municipal Ovidio Blanco, hacía estos días del caso en el que se ha visto envuelto su defendido y que ha sido sobreseído provisionalmente en los tribunales, así como archivadas las imputaciones que pesaban sobre Blanco. Se quejaba Tuero de la instrumentalización política que el PP había hecho del asunto para perjudicar al equipo de gobierno del Ayuntamiento de Gijón y sembrar sospechas sobre la gestión urbanística municipal.

Tiene razón. En este país, en esta política y en estos medios de comunicación nuestros no vemos otra cosa que partidos políticos -o contrincantes políticos de una misma formación- sacando réditos a los comportamientos dudosos, con sentencia firme o en investigación, que degradan la imagen de su opositor.

Pero el hecho de que haya quien se aproveche de una conducta fronteriza ajena para perjudicar en varias direcciones y siempre en beneficio propio, o incluso el hecho de que un juez considere que los presuntos delitos asociados a esa conducta no aparezcan «suficientemente acreditados» y cierre el caso, no convierte un escándalo en algo ficticio, es decir, fingido, imaginario o falso.

De hecho, siguen siendo igual de contantes y sonantes y cotizan igual al cambio los 600.000 euros de beneficio que al parecer consiguió Blanco en sucesivas compraventas de un mismo terreno en Cabueñes, en coincidencia con su recalificación de rústico a edificable, poco después de abandonar sus responsabilidades en el Ayuntamiento de Gijón.

Puede que sea impecablemente legal, un golpe de fortuna, una gracia del azar, una compensación del karma?, pero no es algo ficticio y tiene un rango de excepcionalidad francamente llamativo. Y conste que no quiero centrar mi reflexión en el «caso Blanco» porque justamente el ámbito urbanístico de muchas localidades de nuestro país nos ofrece ejemplos que son auténticos calcos. En un caso fueron penalizados por la justicia y en otros no, pero no por ello pasaron del reino de lo tangible a lo intangible.

Lo mismo ocurre con el millón de euros de déficit en las cuentas de 2010 de la Cámara de Comercio de Gijón, que hoy se someten a valoración para su aprobación por parte del pleno de la institución. Los auditores contratados por el Principado de Asturias, autoridad tutelante de las tres cámaras asturianas, no han encontrado objeción a las cuentas de 2009 que, según denuncian abiertamente los trabajadores -y barruntan para sí algunos plenarios- camuflaron 900.000 euros de pérdidas.

Pues yo no sé qué es peor escándalo, si perder dinero a espuertas en dos cómodos plazos o todo de una tacada. Y puede que los auditores no detecten irregularidad alguna en la presentación de balances y cuentas de resultados, pero el sentido común avisa de que algo no va bien, que ese «algo» está engordando y que no tiene nada de ficticio.

El «caso Riopedre», el del «Villa Magdalena» de Oviedo? Podrán finalmente no hallar delito, validar mil veces una forma de hacer, pero cuando algo nos chirría ya nos lo pueden presentar revisado, sellado y compulsado, y anunciar sobreseído y archivado, que no vamos a ver proporcional lo que siempre vimos desproporcionado.

Así que, por favor, no me pidan que me acostumbre al escándalo ni que piense que lo excepcional es fruto de la calenturienta imaginación colectiva. Si algo es blanco y va en botella, no creo que sea temerario sospechar que va a ser leche. Lo verdaderamente temerario es dejar de usar la lógica aplastante del sentido común que aún nos queda.