¿En qué piensa Jovellanos mientras el genial Goya pinta su retrato en 1798, hace ahora doscientos trece años?

Jovellanos descansa la mejilla sobre su mano izquierda, como dejándose llevar por la melancolía o por la añoranza.

¿Estará pensando en Gijón, su querida tierrina, donde vino al mundo en 1744, ciudad que quiere convertir en la maravilla de España? ¿Estará pensando en sus largos paseos a la orilla del mar, y en su lenta contemplación del horizonte desde la atalaya del cerro de Santa Catalina? ¿O en sus largos recorridos a caballo?

¿Estará pensando en Sevilla, donde pasó los diez mejores años de su vida, y donde, según anotó, le nacieron las entrañas?

Acaba de ser nombrado ministro de Gracia y Justicia, ¿estará pensando en la enorme responsabilidad de su cargo, o en las pocas mejoras que le van a permitir llevar a buen término?

Detesta lo que ha visto en la corte del rey Carlos IV. Por eso le dijo a un amigo antes de llegar a su ministerio:

Haré el bien, evitaré el mal que pueda; dichoso yo si vuelvo inocente; dichoso si conservo el amor y la opinión del público que pude ganar en la vida oscura y privada.

¿Estará pensando en cómo salir con bien de la corrupción que le rodea?

Al cumplir 50 años, en 1794, inauguró en Gijón su querido Instituto. Es el primer instituto de España dedicado a enseñar ciencias útiles. Ciencias que preparen a hábiles marinos, diestros pilotos, ingenieros que sepan extraer el carbón -esa piedra que arde- de las entrañas de los montes. Su amado hermano, Francisco de Paula, fue su primer director. ¿Estará pensando en qué habrá sido de su obra más querida?

¿Estará pensando en la educación pública, a la que ha dedicado sus mayores desvelos? A todos les dice con pasión:

«La instrucción pública es la primera fuente de prosperidad de las naciones, y así son ellas de poderosas o débiles, felices o desgraciadas, según que sean ilustradas o ignorantes».

Viviendo en Madrid, se le desterró a Gijón cuando trató de salvar a un amigo inocente. Pero fue el más fructífero de los destierros. ¿Estará pensando en que, si no le hubieran confinado en su ciudad natal, quizá no se habría podido erigir su Instituto?

A lo mejor piensa en las extrañas vueltas que da la vida. Poco menos de un año antes de ser llamado a la corte, fue nombrado embajador en Rusia. Su hermana del alma, Josefa, lo contó en un poema inolvidable:

Fixérunlu baxador

d'un llugar mui escondíu

cuatro llegües más abaxu

del purgatoriu y el llimbu.

¿Estará pensando en lo que le dijo a quien le trajo la noticia?

-¡Hombre, me da un pistoletazo...! ¡Yo, a Rusia! ¡Oh, mi Dios! ¡Cuanto más lo pienso, más crece mi desolación.

¿Estará pensando, mientras lo retrata Goya, en el rumbo que habría tomado su vida si hubiera partido al lejano país de los zares?

¿O estará pensando en si alguien lo recordará en el futuro que se dibuja incierto en el horizonte?

¿Estará pensando si sabrán de sus desvelos por Asturias los asturianos y asturianas, pongamos, del año 2011?

¿Estará pensando si los asturianos del futuro ya no serán extranjeros en su propia tierra, tal como se lamentaba en su época?

«Hay muchas gentes que son forasteras en su propio país porque nunca se ocuparon de conocerlo».

¿En qué estará pensando Jovellanos?

Goya nos reveló con su arte muchos rasgos de la personalidad de Jovellanos. Y si nos adentramos aún más en el cuadro, también veremos los pensamientos de este gran hombre que sólo pretendía procurar el bien a los suyos y a su país.