Por si no fuera bastante con la intoxicación informativa sobre el supuesto asesinato (eliminación, desaparición, evaporación, desvanecimiento, archivo, etcétera) del llamado Bin Laden, ese enemigo a la medida que nos habíamos fabricado para justificar la guerra duradera contra el terrorismo y la intervención militar en los países musulmanes con petróleo, hemos padecido el mismo día el clímax de los cuatro enfrentamientos seguidos entre el Barcelona y el Real Madrid. Una tabarra insoportable, que pone de relieve cómo en un país con casi cinco millones de parados la atención de los medios puede girar obsesivamente en torno a las vicisitudes de un juego de pelota. Y esa sustitución de valores principales por secundarios ya la expresaba gráficamente El Roto en una de sus geniales viñetas, en la que un desempleado manifestaba su indignación por la injusta conducta de un árbitro para con su equipo favorito. Todo el proceso de los cuatro enfrentamientos entre el Madrid y el Barcelona ha resultado de difícil asimilación y pone de relieve cómo la reiteración de un acontecimiento banal, artificialmente exagerado por los medios, puede convertirse en una tortura parecida a la del sonido de la gota de agua cayendo regularmente sobre una superficie metálica. Dije, en alguna ocasión, que el forzado reduccionismo de la competición futbolística española a sólo dos equipos, dejando para el resto el papel de comparsas, puede acabar provocando un enorme hastío. Y me reafirmo en ello. Si cuatro partidos seguidos han resultado insoportables, qué ocurriría con treinta y ocho durante toda una temporada. Es decir, un Barcelona-Madrid cada semana. Es muy posible que toda esa locura acabase irremediablemente con la secesión de Cataluña, ya que la secesión de la Comunidad de Madrid respecto del resto de España parece imposible dada su situación geográfica. Claro que también pudiera darse el caso de que el resto de España, hasta el gorro de tanto partido del siglo cada semana, decidiera separarse de Cataluña y de Madrid. En cualquier caso, estos cuatro partidos nos han traído una novedad sensacional: la transformación del Real Madrid de equipo supuestamente favorecido por los árbitros a equipo perjudicado por los árbitros; de equipo supuestamente protegido en los despachos federativos a equipo mal visto en esas mismas instancias; de equipo técnico, virtuoso y ofensivo a equipo que juega a la defensiva, al patadón e interrumpiendo el juego con faltas sucesivas; y de equipo que guardaba educadamente las formas en las declaraciones de sus entrenadores a equipo protestón y desabrido, que ve conspiraciones en su contra por todas partes. Y el mérito de esa inmensa labor de transformación radical hay que asignárselo a su presidente, don Florentino Pérez, y a su entrenador, el señor Mourinho, el portugués con más influencia en la historia de España después de Viriato, aquel intrépido pastor lusitano que hizo frente a las legiones romanas. Hasta Valdano, que enhebraba un habitualmente fluido y edulcorado discurso con acento porteño, se ha transformado en un tipo hosco que dice pestes de los árbitros, tanto nacionales como europeos. Y lo mismo hacen los antes comedidos Butragueño, Xabi Alonso y Casillas. Yo entiendo que la nómina obliga, a veces, a sonreír de medio lado ante los disparates que puedan decir los jefes, pero de ahí a justificar los resultados desfavorables de unos partidos en la existencia de una conspiración arbitral media un abismo. Entiendo que el seleccionador nacional, marqués de Del Bosque (un madridista de toda la vida), esté preocupado. Trasladar la maldición machadiana de las dos Españas al fútbol sería lamentable.