Un infierno. Sí, entre la boda del príncipe Guillermo con su «Barbie princesa Catalina», la beatificación exprés del Papa Juan Pablo II y el asesinato (sí, no muerte, ni ejecución ni eliminación, sino asesinato) de Osama Bin Laden, seguir estos últimos días la información internacional en los diferentes medios de comunicación ha sido un auténtico infierno. Y no sólo por el intenso olor a rancio, a naftalina que desprendían cada una de estas noticias, sino por el aire triunfalista, casi épico y, desde luego, nada crítico con el que coincidieron en recoger estas informaciones la mayoría de mass media. Una extraña coincidencia que, de unos años para acá, algunas voces se han empeñado en llamar globalización, aunque en el fondo no es más que la prueba irrefutable del poder de influencia y control que tiene la política sobre la prensa. Pero bueno, suena más democrático decir que el desarrollo de las tecnologías de la información y de la comunicación es el responsable de que ahora todos veamos el mismo mundo a través de nuestro ordenador, consumamos los mismos productos, accedamos a los mismos servicios y seamos, en definitiva, un poco más iguales.

Y casi podríamos creerlo, porque observando las imágenes que retratan las reacciones populares ante estos tres hechos, es decir, el enardecimiento que despertó el bodorrio regio en las calles de Inglaterra, el éxtasis feligrés en la plaza de San Pedro y el entusiasmo de los americanos frente a la Casa Blanca, no es difícil advertir la enorme similitud que presentaban entre sí las reacciones de estos grupos exaltados. Incluso un encuadre lo suficientemente cerrado podría llevar a pensar que todas eran instantáneas de un mismo evento, y yendo un poco más lejos, algún editor con cierta malicia podría haber intercambiado las fotografías y nadie se habría dado cuenta, porque sí, las reacciones fueron casi idénticas.

Pero ¿Por qué? ¿Por qué la exaltación como forma de expresión popular? ¿Es una pulsión natural, fruto de la sinergia o la respuesta escenificada a un determinado contexto? Sí, el de un mundo maniqueo, sin matices, ni grises, ni medias tintas que podemos cortar a la mitad como un queso. De aquí a allí, todos malos, de acá para allá, todos buenos; ése es el retrato de la realidad que dibuja la mayoría de gobiernos occidentales en los últimos tiempos. Y estos días, además, el retrato viene acompañado por un mensaje concreto; más violento, salvaje y descarnado que cualquiera de los videojuegos, series o películas a los que se atribuye la alienación de las masas. Y es éste: cada mujer, por muy plebeya que sea, puede aspirar a un príncipe; los buenos siempre son recompensados y los malos tienen lo que se merecen, incluso la muerte.

Supongo que es lo que piden los tiempos de crisis. Princesas, santos y villanos que salven o amenacen el orden del universo.