El arzobispo de la archidiócesis de la Vetusta levítica y de la Sancta Ovetensis debería dejarse de gatuperios y pedirle directamente el voto a la ciudadanía para el buen católico y defensor de la familia, puesto que ha fundado varias, y que no es otro que el caudillo del FAC o para su más directa rival, que también se halla en similar situación y aspira igualmente a ser presidenta del Gobierno asturiano. Luego su eminencia reverendísima podría levantarle la excomunión, que pesa sobre ella y él, a quien saliera más triunfante del escrutinio, dándole una hostia hecha con agua bendita, harina y miel, como las obleas que amasaba en el convento, donde había decidido encerrarse, la bella Igunde, una condesita emparentada con la dinastía merovingia de Neustria, que decidió meterse monja para cumplir la promesa que le había hecho a la Virgen si no crecía un fruto en sus entrañas, tras haber dormido con su traicionero amor, que prefirió casarse con una princesa de Austrasia. El arzobispo metropolitano de Oviedo es guerrero y atrevido, por lo que se asemeja más al cardenal Richelieu que a Mazarino, a quien sólo le interesaba enriquecerse. Enciende teas que producen altas llamas de hogueras, que después trata de apagar con soplos y componendas, arguyendo que los traductores o transportistas de sus palabras traicionan el espíritu y el recto sentido de las mismas. Sin embargo, su comportamiento no es extraño al catolicismo papista, pues no hay que obviar estúpidamente que el jefe del eminentísimo reverendísimo Sanz lo es también de un estado monárquico y teocrático, con un solo arconte que es vicediós y sumo pontífice, con su presidente de gobierno, con su guardia suiza, sus gendarmes y policías, su diario, su radio, su televisión, sus finanzas que una vez se ensuciaron blanqueando dinero de la mafia, sus intereses políticos, sus simpatías y repugnancias, sus intrigas y tejemanejes y su casi millar de habitantes.

El catolicismo hace agua, pero los causantes del deterioro de la barca de Pedro son sus espantosos jerarcas, y los fieles que resisten sin desembarcar no se quedan a bordo por ese alto clero poco ejemplar, sino por los curas heroicos que viven en la pobreza el cristianismo, sin vacaciones ni pagas extras, dedicados a los que no interesan a nadie, porque son absolutamente prescindibles para el poder laico y el eclesial, población sobrante que está de más, aunque a veces esos sacerdotes sientan desgarraduras internas y deseos de romper cadenas e impulsos de echar a correr a la selva o a la montaña, despojados de todo, igual que aquellos setenta y dos que fueron enviados como misioneros a dar la buena noticia de Cristo y emprendieron la marcha, según él les indicó, sin bolsas ni alforjas ni sandalias, de idéntico modo que hicieron ellos cuando lo abandonaron todo para ir en pos de la misma voz que puso en marcha a muchedumbres de mendigos, pordioseros, locos, mudos, cojos, ciegos, leprosos, pescadores, mujeres, hombres y niños, porque les decía que eran libres e indignos de ser esclavos, los armaba contra la injusticia, los fortalecía frente al opresor, les anunciaba que los ricos que los obligaban a ser pobres serían convertidos en pepitas de oro que caerían en el inmundo, mientras que ellos, de acuerdo con las palabras del profeta Daniel, a quien, con gracia y donaire e incluso superándolo en algún capítulo, plagió san Juan en el Apocalipsis, encontrarían al final del camino descanso, para levantarse después y recibir su heredad.

Monseñor Sanz es un excelente católico, pero no posee ni un dedal de cristianismo, y esto no es una percepción particular, sino compartida por un numeroso grupo de ardientes y buenos cristianos y de herejes que tratan de imitarlos, sin llegarles a la altura del calcañar. Y el avandicho monseñor tiene, claro que sí, todo el derecho a expresar cuanto quiera, igual que cualquier ciudadano de una democracia, por lo que, en consecuencia, quien lo desee podría sugerirle, por ejemplo, que a partir de ahora, pida el voto de la gente no sólo para los candidatos que sean buenos católicos porque defienden la familia tradicional y condenan la eutanasia y el aborto, aunque estén excomulgados y sean adúlteros, defiendan con ferocidad el explotador capitalismo causante de tanta muerte y enfermedad, y lancen hipócritas jeremiadas por los fetos que sus madres se ven obligadas a llevar a matar para no darles una existencia calamitosa y no se acuerden, en cambio, de incluirlos en la lista de los fallecidos cuando, a causa de un terremoto, mueren dentro del útero materno, ni les conmuevan tampoco los recién nacidos que aparecen en contenedores de basura, tras ser alumbrados por una mujer, dueña únicamente de sus ojos para llorar, sino que además su petición de voto al rebaño que pastorea se haga extensiva a todos los políticos de probado catolicismo, sin tener en cuenta que sean traficantes de esclavas sexuales, pederastas y maltratadores.

Porque es necesario que el obispo sea no soberbio, no pendenciero, justo, porque hay muchos habladores de vanidades y engañadores, a los que es preciso tapar la boca. (Epístola de Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo).