La mayor parte de los pescadores contestarán a esta pregunta con un: «Sin duda alguna, año de abundancia y buen tamaño de peces». Para mí, sin embargo, es una campaña triste, un tanto deprimente, en la que ni los pescadores ni la Administración queremos aprovechar la última oportunidad que nos brinda el salmón para conservarlo.

Hace un par de años, con motivo de la peor campaña salmonera que se recordaba, escribí un artículo en LA NUEVA ESPAÑA en el que advertía de que el salmón se nos escapaba de las manos, ante la indiferencia de las administraciones. Relataba que he tenido el privilegio de pescar salmón en la práctica totalidad de los países en donde habita, y en la totalidad de los mismos las medidas proteccionistas hacia la especie son infinitamente superiores a las promulgadas en España. Sorprendentemente, nuestro país es el que tiene una población de salmones más menguada y amenazada, y sin embargo se permite una presión desproporcionada de pesca, así como matar a la mayor parte de los ejemplares que se capturan.

El salmón retorna a los ríos para reproducirse después de un viaje de varios miles de kilómetros. Tras una odisea épica, los salmones que matamos son los pocos que están a punto de perpetuar la estirpe, pero no se lo permitimos. No hay que ser un genio para darse cuenta de que si matamos a los pocos reproductores que retornan acabaremos rápidamente con la población. Los salmones no van a brotar de debajo de las piedras. Los pescadores deportivos no tenemos la culpa de la escasez actual de salmones, y son diversos los motivos, la mayor parte de ellos, relacionados con el desarrollo y la actividad humana, los que han conducido a la especie a una situación preocupante. En las regiones en las que la especie alcanza su límite de distribución, como España o los Estados Unidos, la situación es aún más crítica, y está claro que aunque los pescadores no seamos los culpables sí podemos ser los que demos la puntilla a la especie.

Hace pocas fechas Orri Vigfusson, pescador y personaje de renombre internacional que ha consagrado buena parte de su vida a la conservación del salmón y ha sido condecorado mundialmente por ello, decía que en España no podía matarse ni un solo salmón más si pretendíamos conservarlos. Para él la única solución es instaurar la pesca sin muerte. La abundancia periódica de salmón sigue un patrón de dientes de sierra, con profundos altibajos. Este año es una buena temporada, los pescadores se han animado y los salmones se están matando con un afán y una intensidad como hace tiempo no veía. Está claro que el mensaje conservacionista apenas ha calado o lo hace demasiado lentamente.

A raíz de la pésima temporada 2009, la Administración asturiana tomó por vez primera tímidas medidas para proteger al salmón que aspiraban a situarse en la línea de las que rigen en otros países. La mayor parte de esas medidas se han revelado poco eficaces. De poco sirve demorar la apertura al 1 de mayo si en dos días se matan todos los salmones que se hubiesen capturado en el mes y medio precedente, la mayoría, valiosas hembras cargadas de huevas. Matar diez salmones el día de la apertura bajo el histórico «puente romano» de Cangas, en el Sella, creo que no es un síntoma precisamente de esperanza. El hecho de haber muy pocos refugios de pesca, o escasos cotos sólo para pescar a mosca no sirve de mucho si por otro lado hay una presión de pesca sin límites en amplios tramos del río. En muy pocos países del mundo existen aguas libres del estilo de las asturianas. Los terrenos libres, en los que no existe ninguna regulación de la presión de pesca o de caza, son un anacronismo y aún mucho más para la pesca de una especie escasa y valiosa como el salmón. La presión de pesca es tan fuerte en algunos tramos de ríos asturianos, como el bajo Narcea, que los salmones apenas son capaces de remontar a los tramos tradicionales.

Pero no toda la responsabilidad recae en la Administración, que al menos lo ha intentado, con un éxito más bien precario. Los principales protagonistas de la conservación del salmón deberíamos ser los pescadores, que en otros países del mundo se organizan en potentes y eficaces asociaciones, cuyos fondos y esfuerzos van destinados a la preservación del salmón. Todas ellas promueven la investigación sobre la especie, ensayan modelos racionales de gestión específicos para cada río y apoyan unánimemente la pesca sin muerte. Estoy decepcionado por la actitud general de los pescadores, la mayor parte, obstinados en matar cuanto más mejor, aunque valoro muy positivamente la actitud de los responsables de las principales asociaciones asturianas: la Astur de Pesca, Las Mestas del Narcea y el Esmerillón del Sella. Creo que la mayor parte de ellos caminan por la senda de la conservación, aunque van muy despacio y esbozan sus ideas con demasiada timidez. En la web de la Astur se sugieren con frecuencia ideas interesantes, como, por ejemplo, el acotar todos los ríos para disminuir la presión de pesca, pero en general todo se hace con excesiva prudencia y temor a perder la confianza de los asociados. Ese miedo o timidez deben desaparecer, pues de lo contrario será demasiado tarde. Probablemente ya lo sea.

Las recientes elecciones han propiciado un cambio de Gobierno en Asturias. Francisco Álvarez-Cascos es un pescador de salmón apasionado y es evidente que le preocupará la situación del salmón más que a otro presidente que no lo sea. Hace muchos años tuve la ocasión de mantener una larga conversación con él acerca de nuestra pasión común, y estoy seguro de que intervendrá en la medida que le sea posible.

Por entonces Álvarez-Cascos era partidario de una gestión tradicional basándose en la repoblación de los ríos, como se hizo por los años 70. Ha pasado mucho tiempo e ignoro cuáles serán sus ideas actualmente, pero a buen seguro que le preocupará la excesiva presión actual sobre el salmón, así como el elevado porcentaje de ejemplares que se sacrifican.

Hay una visión de futuro que se me repite: dentro de pocos años la situación del salmón comenzará a ser insostenible y muchos pescadores que actualmente los persiguen casi a diario despotricarán contra la Administración. Los peces serán cada vez más escasos, camino de la extinción, como ha ocurrido hace no demasiadas décadas en Portugal y en ríos vecinos como el Duero. Muchos niños asturianos contarán a sus amigos que su padre o su abuelo fueron grandes pescadores de salmón y les mostrarán fotos históricas. Pero más que presumir los niños deberían saber que su padre o su abuelo, hábiles pescadores, tuvieron en su mano la posibilidad de que ellos mismos hubiesen conocido al «rey de los ríos», pero su ansia irrefrenable de pescar más y más lo impidió. Espero equivocarme.