Lo de Grecia es para mesarse la barba. Y ponerla a remojo. Recuerden la condena de Sísifo. Cuando los intereses de la deuda bajan y los mercados se apaciguan, ahí tenemos a Sísifo, en la cumbre, sonriente y oteando el horizonte con la piedra ciclópea a sus pies. Vana sonrisa. Y fugaz. Al día siguiente la piedra vuelve a rodar ladera abajo. Y vuelta a empezar.

Privatizaciones, recortes, ajustes, austeridad, serruchazo al Estado del bienestar. Cuanto más se jibarizan salarios y pensiones y se agigantan los impuestos, más crece la deuda. Espeluznante: el pedrusco arrolla al estupefacto Sísifo arrastrándolo a la sima. Una y otra vez.

¿Y Europa? ¿Qué hace Europa? ¿Para qué sirve la Unión Europea? ¿Y el FMI? ¿Y el Banco Mundial? ¿No proclamaron los jerarcas mundiales, con fanfarrias a los cuatro vientos, que iban a «regularse los mercados», con el fin de que los «poderes financieros» no pusieran en jaque la «deuda soberana», para evitar que se disparase la «prima de riesgo»? Horror da pensar que los griegos -cada uno de ellos- estarán endeudados así que pasen cien años. Cien.

¿Cuál es el papel de la política? Frustrante. Indignante. ¿No era la política el instrumento que debía salvarnos de la debacle y de las garras de los buitres? La desregulación practicada por el neoliberalismo salvaje ha dejado en cueros a la política. Cual alfeñique en porreta. Una marioneta en las manos de banqueros.

Yo no atisbo más que una solución. Controvertida, es cierto. Y dolorosa. Pero se trata de una medida audaz. Liquidado su patrimonio (incluida la fascinante Acrópolis), y con el fin de que puedan pagar su deuda y sanear el país, se impone, sin más dilación, vender a los griegos y griegas desde los 10 a los 70 años, como mano de obra gratis. No barata. Gratis.

¿Cómo lo diría, evitando el sofoco, sin tapujos? Así: ha de reinstaurarse la esclavitud. Calculen unos siete millones de esclavos vendidos (a precios tasados por Francia y Alemania según edad y sexo y condición), trabajando de balde por Europa y por el mundo, para pagar la deuda de Grecia y la parte alícuota que les corresponda.

Que nadie se asombre. No es ni más ni menos que lo que se hacía en la antigüedad cuando se conquistaba un pueblo. Se lo sometía, se destruía y se expoliaba su riqueza. Acto seguido, a la población se la vendía como esclava, obteniendo muy buenos dividendos repartidos entre los vencedores.

¿Quién pone en duda que estamos asistiendo a un nuevo y, desde luego, mucho más criminal modelo de conquista y dominación?

Soy de los convencidos de que el objetivo final de esta maldición de Sísifo, es cepillarse el euro. Y de paso, cargarse «lo público», por su nula rentabilidad para el capitalismo sin escrúpulos.

Sin embargo, ¡ay!, lo que ha de ponernos en guardia, es lo de mesarse la barba. Y remojarla. O lo que es igual: empezar a asumir la probable condición de esclavos. ¿O lo somos ya?