La prosperidad del mañana depende en gran medida de la inversión en I+D+i que se haga hoy. Camilo José Cela Conde, articulista especializado en divulgación científica e hijo de otro premio Nobel, lo expuso con particular claridad esta misma semana en LA NUEVA ESPAÑA. «La cadena productiva parte de la investigación básica, sigue por la senda de las patentes y alcanza su meta por medio de la transferencia de ese conocimiento nuevo a las empresas. Hasta ahora no se ha dado con otra fórmula distinta a la de comenzar el edificio de la riqueza de las naciones por los cimientos de la investigación».

El Ministerio de Ciencia e Innovación parecía concebido para eso, pero entre la comunidad científica más exigente ya cunden el desánimo y el pesimismo. El departamento que dirige Cristina Garmendia ha dejado fuera a buena parte del país. Un ejemplo es el programa de ayudas «Severo Ochoa», pensado para identificar y premiar a los diez primeros centros investigadores de excelencia en España. De los 60 candidatos que presentaron proyectos hay 22 finalistas. De éstos, doce son catalanes, siete madrileños y los tres restantes, de la Comunidad Valenciana, Andalucía y Canarias. Cada uno de los elegidos recibirá cuatro millones de euros. Un lujo en tiempos de escasez.

Cataluña es la autonomía que sale mejor parada, al menos en esta fase del proceso. Sin duda sus investigadores merecen respaldo, pero ¿existe realmente tanta diferencia entre los centros tecnológicos catalanes y los del resto de España?. Y si fuera así, ¿cómo ha podido generarse un desequilibrio tan enorme? ¿Es consecuencia de la errática política de Zapatero, tantas veces dispuesto a ceder ante las exigencias de los nacionalistas, o desidia miope del resto? Al margen de los méritos incuestionables de las entidades seleccionadas, hay sospechas de que el Ministerio prima seguramente por razones políticas a Cataluña, reconoce, aunque en menor medida, a Madrid y se olvida prácticamente del resto.

El drama es que Asturias carece de argumentos y autoridad moral para quejarse. Junto a Murcia, La Rioja, Navarra, Extremadura y Castilla y León, es una de las comunidades que desistieron de dar la batalla. A nadie parece preocuparle. Nadie, salvo LA NUEVA ESPAÑA, ha mostrado el menor interés en el reparto de las ayudas que llevan el sello del Nobel asturiano. Ningún responsable político o académico reaccionó ante el hecho de que el Instituto Universitario Oncológico del Principado o el Centro Europeo de Soft Computing de Mieres, por ejemplo, dejaran pasar una oportunidad económicamente tan atractiva. La región ve cómo sus centros de investigación no están entre los que aspiran a ser considerados como los mejores del país, y nadie se abochorna.

La Universidad de Oviedo se apuntó un buen tanto al ser reconocida como «de excelencia internacional». Confió en sus posibilidades, se esforzó en elaborar un plan estratégico que le permitiera competir y obtuvo un estimulante resultado. Cincuenta instituciones de toda España aspiraban a la distinción y sólo 15 la lograron. No ha ocurrido lo mismo, desgraciadamente, con las ayudas del Ministerio de Ciencia e Innovación.

Nada impide que Asturias tome la iniciativa y promueva alianzas fructíferas incluso fuera de la región para codearse con los mejores cuando el tamaño resulta determinante, como es el caso. Para innovar hay que cooperar. Por eso decepciona la falta de ambición asturiana, que lleva a no presentar candidaturas cuando había que tener estrategias trazadas desde hacía tiempo para no dejar escapar ocasiones así.

Nuestra región no puede vivir aislada como lo ha hecho hasta ahora, con unos gobernantes que se dedicaban a adormecer a los asturianos con grandilocuentes discursos de que vivíamos en el mejor de los mundos. Francia tiene cuatro grandes polos de alta investigación en su territorio, mientras que en la España de las autonomías sólo hay uno y medio, en Barcelona y en Madrid. En los países más adelantados la mayor parte del trabajo científico se hace en los laboratorios de las universidades. ¿Por qué no nos hemos ocupado de promover, junto con otras regiones, uno de esos polos, a ser posible liderado por nuestra Universidad? No se ha hecho porque como comunidad llevamos más de veinte años ensimismados y ahora nos damos cuenta de que nos falta masa crítica para competir en investigación de tecnología avanzada. Pero ¿nos falta masa crítica sólo en eso?

La Universidad de Oviedo dejó huella en España pese a su reducida dimensión gracias a Feijoo, Clarín, Toreno, Argüelles, Flórez Estrada, Salmeán, Melquíades Álvarez, Posada, Buylla, Canella, Sela, Altamira... No hay razón para pensar que no pueda volver a hacerlo en el campo de la vanguardia tecnológica. Asturias tiene investigadores excelentes. Margarita Salas, Carlos López-Otín, Juan Luis Vázquez, José Barluenga y tantos otros son buena muestra del talento que el Principado es capaz de crear y de atraer.

El Ministerio prevé convocar anualmente las ayudas «Severo Ochoa» hasta 2014. Tanto si el Gobierno que salga de las próximas elecciones generales mantiene esos planes como si lanza otros nuevos sería imperdonable que Asturias no buscara fórmulas imaginativas que le permitieran potenciar su riqueza intelectual y optar siquiera a medirse en la primera división de la innovación.

Jovellanos dejó dicho que «la ciencia es sin disputa el mejor, el más brillante adorno del hombre». Alejados como estamos de los principales ejes de comunicación y con una población peligrosamente envejecida, el porvenir depende de la capacidad que tengamos de construir con rapidez el edificio de nuestra riqueza empezando por los cimientos de la investigación. Sólo así podremos ser competitivos. Ayudaría que todos, partidos, empresas, sindicatos, autoridades académicas, científicos y en primer lugar el nuevo Gobierno asturiano, tomaran conciencia del desafío.