Un querido colega -que domina como pocos el arte de la provocación- me remite fotocopia de una esquela aparecida en un periódico canario para ver qué se me ocurre comentar al respecto. A primera vista, el formulario responde al esquema clásico de estos avisos mortuorios, desde el ritual «Descanse en Paz» hasta la fecha y lugar del entierro y del funeral, pasando por la relación de familiares dolientes y cumplimiento de los trámites religiosos necesarios para garantizar la llegada del fallecido al más allá. Hasta aquí, todo en orden. No obstante, en el espacio reservado habitualmente para especificar el oficio que desempeñaba en vida el difunto (un ciudadano de 90 años, por cierto) se da cuenta de una ocupación poco habitual. Por lo que allí se dice, el ciudadano en cuestión había sido nada menos que «matador de gachís por la ingle».

La expresión es de una ambigüedad brutal. Si nos atenemos a la literalidad del mensaje, alguien podría deducir que el fallecido era un asesino de mujeres que se deshacía de sus víctimas apuñalándolas en esa parte del cuerpo especialmente sensible ya que allí se sitúa el paquete vascular compuesto por la vena femoral, la arteria femoral y el nervio ciático. Y todos sabemos que, una puñalada, o una cornada, en ese sitio puede ser mortal de necesidad si el cirujano no actúa rápida y diligentemente, tal y como sucedió hace un año con José Tomás en una plaza de toros mexicana. Reconocer la condición de asesino de mujeres de un difunto en una esquela parece un poco fuerte. Y avalada por una relación de familiares, que incluye a hijos, nietos y bisnietos, aún lo parece más. A salvo de lo que entienda la Policía canaria, yo me inclino a creer que la intención de los redactores de este singular texto funerario fue la de alabar, desde una perspectiva ultramachista, a un pariente al que admiraban como fornicador compulsivo. En cualquier caso, un fornicador poco hábil y que apuntaba siempre en la mala dirección porque la ingle, aunque está cerca, no es el punto exacto al que ha de dirigir el tiro un amante medianamente experimentado.

Sea lo que fuere, es una de las esquelas más ordinarias y más bastas que yo haya leído nunca. Una vida profesional larga da para coleccionar un buen repertorio de esquelas más o menos curiosas. Las de mi predilección fueron siempre las del «ABC», algunas de ellas antológicas. Los que se mueren en exclusiva para el «ABC» suelen ser personas de calidad que acumulan enormes méritos mundanos. Muchos de ellos incluyen en las esquelas su condición de «camareros», «mayordomos» o «custodios» de cofradías devotas de alguna de las mil y una vírgenes que salpican el territorio nacional. Y algunos privilegiados, aparte de recibir los santos sacramentos y la bendición apostólica, se van al otro mundo bajo el manto protector de la Madre de Dios, un honor que no está al alcance de cualquiera. En cambio, las de «El País», por llevar la contraria, suelen ser de una laicidad un tanto cursi y pretenciosa. En la parte del mundo donde resido, La Coruña, pude leer hace tiempo dos muy extravagantes. En una, a toda página, el novio de la fallecida la saludaba con el mensaje en inglés «enjoy», que equivale a «disfruta», mientras, en un lugar más discreto, el viudo se limitaba a señalar que era el «padre de sus hijas».