Los nombres de los comercios, de los bares y restaurantes respondían habitualmente al producto o género que expendían. Hubo siempre tiendas con nombre llamativo debido al apelativo o apellido de los dueños o la mercancía que en ellos se vendía, pero eran casos singulares. Así, por ejemplo, en Madrid eran famosos Bobo y Pequeño de la calle Atocha o el bar-tertulia La Oficina del entorno de la Puerta del Sol. Establecimientos tradicionales que sobreviven por su especificidad o su nombre con la oportuna evolución. Luego vinieron los bares En la esquinita te espero.

Los tiempos cambian y por distintas razones los nombres también. Hay nuevos tipos de negocios, nuevos productos, nuevos sistemas de venta y de los locales clásicos, los colmados con un gran mostrador, escaparates espaciosos, dependientes especializados y generaciones experimentadas se ha pasado a la tienda vistosa, llamativa, que invite a comprar. Y dentro de estas modernizaciones e innovaciones se incluye el nombre. Así, cuando se empezaron a popularizar los teléfonos móviles las nuevas operadoras acapararon los rótulos de los comercios y los dueños o administradores de las tiendas perdieron personalidad. Un céntrico local madrileño se puso un nombre llamativo para el transeúnte, La tienda del espía, aunque en realidad no vendía nada para un avispado y disimulado investigador o aprendiz de James Bond.

La crisis agudiza el ingenio. Ya no sólo en los nuevos comercios sino también en hostelería. Mientras en la turística Fuengirola, en el cogollo de la Costa del Sol, donde la inmensa mayoría de los establecimientos están rotulados en los idiomas más diversos -inglés, noruego, sueco, holandés, sin olvidar el árabe o alguna otra lengua indostánica- una colchonería tiene el nombre de A pierna suelta, lo que desconcierta al extranjero predominante, en París existe un restaurante chino-vietnamita que puede desconcertar a cualquier despistado español ya que se llama Tan dao bien (tengo foto), claro que no creo que signifique nada en español. También hay por ahí negocios como Sin clon ni son o Caca marrón.

A unos pasos del estadio Santiago Bernabeu de Madrid tiene éxito un bar, El miajón de los castúos, título de un poemario publicado hace noventa años por el extremeño Luis Chamizo en el que refleja diálogos y monólogos de quienes se consideraban descendientes de los conquistadores y que el autor describe como «los nietos de los machos que otros días triunfaron en América».

En la Alameda Principal de Málaga hay una tienda de productos eróticos llamada No es pecado, y a unos doscientos metros está La taberna del Obispo. Y sin recurrir a sitios extraños, los asturianos en Madrid se llevan la palma en la rama hostelera (La Burbuja que ríe, Las tortillas de Gabino, El Bosque Sagrado...), tenemos junto a la histórica calle Fruela de Oviedo La Corte de Pelayo, con una cocina «contemporánea, continental, europea, española» ¿y asturiana? Mientras, en el madrileño Chamartín se puede comprar ropa para niños en El lagarto está llorando, tomar una caña en Juan sin Prisa y comer a la italiana en La Mafia se sienta a la mesa.