Según el presidente de la Federación Nacional de Agencias de Viajes, España es hoy el número uno mundial en turismo de sol y playa. Título que refrendan los datos provisionales de lo que va de año, incluso con cierto incremento sobre los del año pasado, favorecido por las conocidas convulsiones en el norte de África. El sector mantiene uno de los primeros lugares en la clasificación general de rendimiento y empleo a pesar de la crisis: vienen más visitantes, aunque gastan algo menos. ¿Qué parte de ese pastel corresponde a Asturias?

En cuanto a sol y playa, sabido es que en el Principado estamos a verlas venir, como han demostrado los perjuicios del mes de julio: no hay una temporada de lluvias previsible. Pero cada turista o veraneante tiene sus características, y no siempre demanda playa y calor. Los países del norte estarían perdidos. Francia encabeza (junto con Italia, claro) el turismo cultural, y también gastronómico.

El experto Rafael Gallego recomienda un replanteamiento nacional. Nos perjudican, creo yo, la falta de unidad de promoción y la competencia entre regiones y aun los localismos. Aquí mismo se producen ofertas redundantes. Surgen ahora los inventos de diversiones disparatadas, que se publicitan en el extranjero y a algunos nos horrorizan, como los remojos colectivos en vino, agua, tomates o merengues. No digamos el turismo de borrachera a lo Lloret de Mar.

En Asturias, hay mucho que ofrecer en cultura, cocina, congresos, mundo rural y de aventura, arqueología industrial y minera, termalismo y salud, sin olvidar lo religioso: Covadonga, la catedral de Oviedo, el primitivo Camino de Santiago?

Todo eso y mucho más está ahí, y no diremos que sin rentabilizar. Pero el buen paño ya no se vende en el arca. Habrá que revisar métodos a tenor de las nuevas realidades. El turismo es una gran industria que no ha agotado sus posibilidades entre nosotros.

Sin olvidar, claro está, la falta de seriedad meteorológica que solemos padecer.