Julian Assange ha pasado de héroe a villano en cuestión de horas. Su decisión de publicar íntegros los documentos del llamado «cablegate» (miles de comunicaciones clasificadas remitidas a Washington por su red de informantes en todo el mundo) sin ocultar la identidad de las fuentes informativas puede comprometer la seguridad de éstas, especialmente en los países donde no se respetan los derechos humanos. Que el campeón de la transparencia ponga en peligro a quienes han dado a conocer corruptelas y abusos es cuanto menos desconcertante, y da argumentos a quienes, desde los gobiernos y especialmente desde el de Estados Unidos, afirmaron en su momento que este personaje era un peligro público. Aquella reacción se correspondía con un interés de parte, de rey dolido porque está siendo desnudado, pero ahora son los cinco grandes diarios que divulgaron la información quienes han mostrado su decepción y su alarma. «Condenamos esa acción de forma conjunta», han dicho «The Guardian», «The New York Times», «Der Spiegel», «Le Monde» y «El País».

Un principio elemental del buen periodismo es la protección de las fuentes de información. Para divulgar hechos relevantes, y especialmente aquellos que los poderosos quisieran mantener ocultos, con frecuencia es menester la complicidad de personas situadas en el interior de las organizaciones y que tienen acceso a los datos necesarios. Su identidad nunca debe ser revelada: éste es un principio consagrado cuya defensa ha llevado a periodistas a la cárcel. Esta protección es esencial no sólo por cuestiones éticas sino porque sin tal confianza nadie aceptaría ejercer de fuente. Pero Assange no es periodista, y por ello no tiene ningún inconveniente a incumplir la regla. Eso era algo que ya sabían los periódicos que aceptaron colaborar en el «cablegate». Por otra parte, sin el trabajo estructurador de las redacciones, la marea de datos acumulados en millones de líneas era poco descifrable para el lector común. Una cosa y otra demuestran que la mera divulgación del dato sin tratar no es periodismo. Es necesario el concurso del profesional con criterio y con un código ético conocido.

Pero una vez concluida la divulgación del material más interesante, cabe reconocer que en él no se contenían revelaciones revolucionarias. La red de informadores reportaba a Washington estados de opinión y añadía detalles a certezas conocidas por los buenos lectores de prensa, a la vez que no pocas apreciaciones erróneas. Aun así, fue muy importante su función al confirmar revelaciones periodísticas que en su momento habían sido negadas por los gobiernos. Pero, en su conjunto, lo que quedará de la gran filtración, su importancia histórica, habrá sido la filtración en sí misma. Concluida ésta, Assange pasó al olvido, procesado por acusaciones de delito sexual y con un montón de enemigos. Mal asunto para alguien cuya seguridad depende de la capacidad de inquietar a quienes pueden decidir si le protegen o le dejan caer. Y además está su megalomanía de superhéroe. El mundo del espectáculo exige siempre un más difícil todavía. Por todo ello, ha doblado la apuesta sin ninguna expectativa de mejorar así la democracia mundial, porque su principal aportación ya está amortizada y el rey se ha vuelto a vestir.

Se va a encontrar muy solo, preguntándose a todas horas dónde están quienes tanto le aplaudían.