«Allí el maestro un día / soñaba un nuevo florecer de España». (Machado sobre Giner de los Ríos)

Ante los recortes que algunos gobiernos autonómicos anuncian en materia educativa para el nuevo curso que está a punto de comenzar, la izquierda plural y transformadora vuelve a erigirse en garante de la enseñanza pública. La misma izquierda, en el caso del PSOE, que abrió la puerta a la enseñanza concertada más allá de una coyuntura puntual. La misma izquierda que es responsable del tijeretazo a los derechos del docente, empezando por el más básico que supone desarrollar el trabajo en condiciones dignas. ¿Acaso no es pertinente recordar que fue el ministro Maravall quien se esforzó desprestigiar al profesorado en aquella huelga de 1988 en la que, al final, los sindicatos distaron mucho de estar a la altura de las circunstancias? ¿Hasta cuándo, hasta dónde y hasta qué habrá que seguir insistiendo en que la LOGSE no sólo supuso un sistema educativo nefasto que bajó el listón de conocimientos de forma alarmante, sino que además lesionó los derechos del docente hasta extremos inconcebibles?

Tribulaciones de un docente. Programas que se aligeran, aprobados que se malbaratan, sindicatos que nada quien saber de las condiciones de trabajo a las que nos enfrentamos. Carrera profesional que no se habilita. Desigualdades injustificadas si se piensa que, con el mismo título, idéntica oposición e igual trabajo, los sueldos varían mucho entre unas comunidades autónomas y otras. Y, para mayor baldón, también fue un Gobierno socialista el que decidió el recorte en los salarios en mayo de 2010. Y ahora viene la derecha, léase doña Esperanza Aguirre, y también enseña la tijera, esta vez reduciendo las plantillas en los centros al aumentar el número de horas lectivas de los que están con plaza definitiva.

Tribulaciones de un docente. Me solidarizo plenamente con las movilizaciones que se están organizando ante el tijeretazo de doña Esperanza. Y mucho me gustaría que la presidenta madrileña tuviese la feliz ocurrencia de disponer, o, en todo caso, de proponer que los liberados sindicales de la tiza madrugasen un poco más e impartiesen dos clases diarias, lo que aliviaría esa sobrecarga de horas lectivas con las que amenaza al profesorado, y, de paso, los referidos liberados podrían desarrollar su vocación, al tiempo que se enterarían de las condiciones en las que se desarrollan los trabajos y los días de los que dicen defender. Sería una forma de perfeccionar sus afanes y desvelos.

Me solidarizo, insisto, con todos los compañeros que se están movilizando, lo que no me hace volverme amnésico y, por tanto, tengo presente que esa izquierda de siglas que ahora se rasga las vestiduras está muy poco legitimada para hacer creíble su discurso plagado de incoherencia, por no decir de hipocresía.

Y, a estas alturas, no puedo dejar de lamentar que la izquierda, en la que tanto confiaba la profesión docente, se haya ensañado contra un colectivo con el que se vino identificando históricamente. En este orden de cosas, a la «izquierda sindical» habría que plantearle que tiene ahora una oportunidad extraordinaria de demostrar que no están antes sus privilegios (el sueldo íntegro de los liberados sindicales que no dan clase y que visitan los centros para vender lotería) que los derechos de sus compañeros de profesión a los que dicen representar.

Tribulaciones de un docente. Ante el momento que se vive, ante los recortes que irán a más, lo cierto es que la derecha no hace ni hará otra cosa que dar la puntilla a un deterioro del que se vino encargando la izquierda, reitero, izquierda de siglas.

¿Es que no se sonrojan, es que no se abochornan los dirigentes de la izquierda ante el hecho de que son políticos de derechas los que vienen hablando desde hace tiempo de dignificar la profesión docente, de establecer unas normas de disciplina en los centros (disciplina viene de discípulo) conducentes a que no se puedan reventar las clases con comportamientos humillantes para el profesor y lesivos para el resto del alumnado que tiene derecho a recibir las explicaciones en un ambiente civilizado?

¿Qué izquierda es ésta que en muchos casos envía a sus hijos a la enseñanza privada? ¿Qué izquierda es ésta que propicia el desprestigio de la enseñanza pública? Es la misma izquierda que ahora dice apoyarnos. Es la misma izquierda que legisló que, además de dar clases, desarrollemos tareas de vigilancia en los patios y que llevemos a cabo labores burocráticas. Es la izquierda que discute con la derecha acerca de la conveniencia de la enseñanza de la religión en los centros, pero que renunció, desde la LOGSE a esta parte al «sapere aude» kantiano. Es la izquierda que dejó de lado que el conocimiento requiere esfuerzo, y que el conocimiento al alcance de todos es una de las herramientas más útiles contra las desigualdades. Es la izquierda que facilitó que a la derecha le quede poca tarea por hacer, y que no es necesariamente la más dura, ni más difícil.

Tribulaciones de un docente que, aunque no vayan más allá del desahogo, sirven de desquite contra la demagogia, contra tanta impostura, contra tanto fraude en los discursos. Y además son el mejor antídoto contra la amnesia. Y es que siempre nos quedará Giner de los Ríos que tanto protagonismo tuvo en la gestación de una España en la que afloró la mejor cosecha intelectual, científica y artística, cuyo legado está vivo en este colectivo cada vez más denostado e indefenso.