La vivencia -casi idílica- de hace más de medio siglo en las dependencias del Grupo Covadonga en la calle del Molino (hoy Emilio Tuya), a la disfrutada en la actualidad en Las Mestas -35.000 socios- media un abismo: desmesurada cuantía de afiliados, por tanto nula confraternidad, enorme empuje económico, amplitud de instalaciones, excelentes recursos técnicos, incluso litigios de consocios contra la entidad, asuntos impensables en aquellas fechas. Frente a esta realidad de hoy, en la década de los cincuenta del siglo XX se abonaban diez pesetas de cuota, el censo no excedía de los 300 adheridos -activos diarios no rebasaban la cincuentena- había penuria de utensilios para la práctica de la escasa actividad física, e incluso inconvenientes en el uso del agua caliente en el instante de ducharse. Pero los jóvenes y veteranos se trataban y relacionaban con plena armonía, educando éstos deportivamente a los novatos. A pesar de las dificultades nombradas se obtuvo el galardón -en dos ocasiones- de la Copa Stadium (1954 y 1975) máxima distinción nacional a una sociedad deportiva.

De los diestros, la mayoría fallecidos, destacaban Pancho (Hotel Saboya), Revuelta (empresario y posterior presidente), Ramiro (ATS), Ordieres (bancario), Anselmo (despacho consignatario), los hermanos Menéndez (los cubanos), Tamargo (concejal y padre del actual mandatario), Ibaseta (médico), Zorrilla (Fábrica de Tabacos), Pandiella (ex jugador del Sporting), Pepiño (comerciante), Cabrero (abogado), Sirgo el «Pilu» (periodista y entrenador de fútbol), Cándido Figar (industrial), Mercurio (mercantil), Alfredo Prieto (Radio Norte) y Rubiera (tablajero), practicando la generalidad el juego del frontón y el «portalín». En éste destacaban Daniel, Anselmo y Pancho, no porque se considerasen superiores, sino motivado por jugar... descalzos, desafiando al pavimento cementero.

La construcción de la piscina (1962) implicó el incremento del canon mensual, asumiendo el terreno de una cancha de tenis y el «portalín», acrecentándose el número de inscritos, incluyendo las esposas -con el ulterior guirigay que se organizó con la admisión femenina, en una colectividad marcadamente machista- y de los hijos de los asociados; en la edificación de la pileta se realizaron sondeos para localizar agua propia, obra del empresario y presidente de la sociedad Celso Martínez. Con total evidencia se puede afirmar que dos eran los incentivos de que disfrutaban los socios del Grupo: uno, extramuros, en la playa de San Lorenzo, practicando el juego del balón, y otro -marea alta- en las instalaciones propias, en la pista de baloncesto, tenis o frontón. Los de máxima comparecencia -horas del mediodía- eran Eduardo -por partida doble-, Toni -al menos tres-, Lisardo, Puche, Caso, Pedrera, Juanito, Gabino, Calero, Dionisio Viña, Roncero, Santos, Falito, Puchades, Silverio, Dámaso, Adrián, Trabanco, Manolín «zapatos», Pepe el «pana», hasta un conjunto que casi totalizaba la plantilla de la entidad.

En el aspecto lúdico -famosas las jiras y verbenas en la propiedad- fueron muy solicitadas las invitaciones por nativos y foráneos y en las veladas nocturnas se procedía a la asistencia a una caseta -chocolate con churros- situada en el confín sur del predio, dominio de morenas, donde amén de engullir las viandas aludidas se explotaba la oscuridad para escamotear algún que otro beso a la pareja.