Escribe un médico en el informe hospitalario correspondiente a un enfermo suyo: «El paciente vive con su madre, su padre y una tortuga como mascota, que acude a clases de formación profesional tres veces por semana». Tal como está redactado, quien asiste a formarse profesionalmente cada dos días es la tortuga, y un brazo daría yo por ver al quelonio cargando sobre su caparazón con mochila estudiantil y aperos de su oficio, camino del Instituto. Me fío de la cordura de los médicos, cómo no. Comprendo las prisas que les genera atender nuestras dolencias urgentes, cómo no. Pero ya circulan por la red meteduras de pata gramaticales de los doctores que mueven a benévola risa por la situación chusca que describen cuando otra bien distinta querrían significar.

«La paciente experimenta dolor en el pecho si se tumba de lado izquierdo durante un año», leo en otro prontuario de un hospital. Creo firmemente que tal cosa ocurra, pues si durante cincuenta y dos semanas a mí mismo me acuestan de lado, sea del diestro o del siniestro, bien que me dolería. Quiso decir el galeno que la paciente llevaba experimentando dolor desde hacía un año cada vez que se tumbaba sobre uno de los costados. Pero, en gramática, el orden de los factores altera el producto, como pueden ver ustedes. Sujeto más verbo más complementos es el orden natural de nuestro idioma si queremos hacernos comprender. Por ello, no se puede sostener, sin que mueva a carcajada, que «resbaló en el hielo y sus piernas fueron en direcciones opuestas a primeros de diciembre»: menos mal, cabría apostillar, que sólo se le van las piernas cada una por su cuenta al comenzar tal mes. «La paciente expiró en el suelo tranquilamente», leo, y reflexiono sobre el alto grado de estoicismo y estado zen a que había accedido la difunta, pues entrega su alma sobre el piso y ni siquiera eso la incomoda, lo asume con aplomo y sosiego. La misma serenidad de espíritu parece atesorar otra paciente que «dejó el hospital sintiéndose mucho mejor, salvo por sus dolencias originales». Es decir, entró malita a consulta por algo concreto, salió de la misma igual de malita por ello, pero mucho mejor del resto: a saber de cuál resto. No experimentó mejora, por el contrario, otra pobre mujer a la que un médico muy obtuso en cuestiones de psicología elemental atendió: «La paciente no para de llorar. También parece que está deprimida». Pero ¿cómo «también», mi querido especialista? Hombre, si uno llora sin freno, algo deprimido sí que está, ¿verdad? Zamparse un verbo da lugar a «la paciente tuvo gofres para desayunar y anorexia para comer», ¿o acaso existe un plato llamado «anorexia»?

A veces, casi servirían ciertos escritos médicos como ejemplos de oxímoron, esa figura retórica que consiste en combinar dos palabras de sentido opuesto: «La piel estaba húmeda y seca». También de antítesis, dos juicios contrarios: «Sujeto varón de sesenta y nueve años, decrépito pero de aspecto sano. Estado mental activo, pero olvidadizo». ¿En qué quedamos? ¿La piel estaba húmeda o seca? ¿Decrépito o sano en la valoración? ¿Activo u olvidadizo en el aspecto cognitivo? Y miren ustedes qué caos de anfibología, de doble sentido, con la palabra «caliente»: «No había experimentado rigores ni espasmos, pero su marido afirma que ayer estaba muy caliente en la cama». Enhorabuena. En el caso que sigue, mala memoria aquejaba al enfermo, pero mucho peor andaba el clínico al hacer coherente su texto: «El paciente se ha dejado los glóbulos blancos en otro hospital». ¿No habría olvidado los análisis de sus glóbulos blancos en vez de sus propios glóbulos, tan necesarios? Por último, gran perla: «Para cuando se le ingresó, su corazón había dejado de latir y se encontraba mucho mejor». O sea, había descansado en paz.