Es sorprendente la debilidad de la sociedad española y la clase política para hacer frente a la grave crisis que padecemos. Se prefiere ir a la quiebra y a la miseria antes que efectuar recortes imprescindibles. Economistas de prestigio ya han avanzado propuestas de reforma fiscal y cambios en las instituciones del Estado mediante reforma de los artículos de la Constitución referidos a las comunidades autónomas y a la justicia.

La debilidad social y degradación moral se manifiestan en la ocultación del grave problema demográfico, que tiene implicaciones en la economía, la enseñanza y el ordenamiento jurídico. No parece que en temas culturales, educativos, de familia, etcétera, el PP y FAC tengan alternativas claras frente al dominio apabullante de la izquierda. Cuando se habla de consenso, transversalidad, superación de los conceptos derecha-izquierda tengan por seguro que seguiremos con políticas socialistas.

La acción inmoral del Estado en estos últimos años ha sido nefasta. La ley del Aborto del 1981 con el supuesto de trauma psicológico de la madre ha sido un coladero de eliminación de seres humanos en gestación tanto en etapas de gobiernos socialistas como del PP. La ley vigente del Aborto socialista agrava aún más la situación. El número de abortos provocados no ha cesado de aumentar, hasta llegar al 18% de los nacimientos aquí en España.

El índice de natalidad en España estaba en 1,15 en 1998. Subió a 1,46 (2008) y ha vuelto a bajar a 1,37 en 2010. Según el «old age depency ratio» (OADR), el porcentaje de jubilados en relación a la población activa pasará en España de un 26% en la actualidad a un 68% en 2050.

La inmigración no soluciona el problema, como creen algunos. La natalidad también baja en el Tercer Mundo y para mantener la población deberían llegar nueve veces más inmigrantes de los que llegan actualmente. Según la ONU, en Europa se precisaría la llegada de 18 millones de inmigrantes por año de aquí a 2050. Actualmente acceden a Europa 376.000 cada año. Además, la inmigración incontrolada amenaza la desmembración de Europa preparándola para un dominio islámico.

Este declive brutal de la natalidad impide la solución de los problemas económicos. No sólo la sanidad pública y las pensiones de reparto son inviables con el modelo socialista actual, sino que afecta a otros sectores de la acción empresarial. En el segmento de edad de 25 a 35 años, clave para la productividad y la compra de vivienda, hay el 15% menos de españoles nativos que en 2000 y continuará disminuyendo un 3% cada año hasta 2020, según estudio realizado por el demógrafo Antonio Macarrón. Saquen ustedes las consecuencias.

Las causas de la baja natalidad son culturales y se derivan de la ideología de la izquierda feminista, del epicureísmo presentista y de la errónea concepción ecologista-malthusiana contraria al aumento de la población.

El epicureísmo presentista ha penetrado mucho en la gente que sigue la conducta, consistente en consumir y no tener compromisos. Ha aumentado el número de mujeres universitarias que rechazan la maternidad. ¿Acaso los hijos son un estorbo?

Por otro lado, los estados de bienestar socialdemócrata en quiebra adoptan políticas contrarias a la estabilidad matrimonial y no favorecen la natalidad. Se penaliza a los matrimonios con hijos. No obstante, el deseo de tener hijos y educarlos tiene componentes morales y religiosos evidentes. Los matrimonios casados por la Iglesia y que además son practicantes se mantienen estables, más felices, y, por lo tanto, tienen más hijos.

Claro está que leyes como la del divorcio exprés introducen inestabilidad en los matrimonios y desincentivan la maternidad.

Las medidas para recuperar un elevado índice de natalidad en España y en el resto de los países europeos tienen que combinar iniciativas audaces y creativas de tipo económico, cultural y legislativo.

En España, un Gobierno que no sea de izquierdas lo primero que debería hacer es derogar todas las leyes actuales hostiles a la vida y a la estabilidad de la familia como las que hemos mencionado sobre el aborto y la actual del divorcio exprés. En segundo lugar, procedería a eliminar de los currículos escolares la ideología feminista de género y garantizar el derecho de los padres a la elección de la educación moral y religiosa que deseen para sus hijos.

En el plano económico, un gobierno que vele por el futuro de la nación y el bien común tiene que promover acciones rápidas que animen a los jóvenes a casarse y tener hijos. Hay nuevas posibilidades superadoras de las viejas e ineficaces subvenciones del Estado socialdemócrata.

Una de ellas es la que propone el profesor Phillip Longman. Los jóvenes matrimonios que tienen hijos no tienen por qué ver disminuidas sus rentas en relación a los que no quieren niños. Consiste esta propuesta en una reducción progresiva de cotizaciones de la Seguridad Social que va de 1/3 por el primer hijo a una exención total a partir del tercero. Llegada la edad de jubilación, estas personas recibirían una pensión equivalente a la que recibirían si hubiesen estado cotizando con la contribución máxima. Los impuestos directos se verían a su vez notablemente disminuidos en proporción directa al número de hijos. Además se podrían impulsar reformas de otro tipo que aumentarían la disponibilidad financiera de los matrimonios con hijos. Me refiero al copago sanitario y al cheque o deducción por matrícula. La liberalización de los servicios sanitarios y escolares rebajaría espectacularmente los disparatados costes actuales y, en consecuencia, podrían las familias disponer de más dinero en sus bolsillos mediante bajadas de impuestos.

Ciertamente los estímulos económicos para tener hijos si bien son necesarios por sí solos no solucionarían el problema demográfico. En el fondo está la idea de ser humano, la trascendencia y virtudes de esperanza en la vida, la inquietud religiosa, amor a la patria -tierra de nuestros padres-, la reverencia a nuestros antepasados y a quienes nos sucederán. Por ello, respetando el principio de subsidiariedad, el Estado e instituciones de la sociedad civil tendrían que desarrollar contenidos didácticos en escuelas y medios de comunicación a favor de la familia, destacando las dimensiones paternas y maternas, el proyecto de vida en común en el hogar matrimonial, el compromiso, la responsabilidad, etcétera.

El fomento de la natalidad es un asunto que sin duda tiene un componente de raíz cristiana -virtudes de esperanza y caridad-, pero que también interesa a agnósticos que sientan amor por el ser humano, que tengan en alguna estima valores de solidaridad, sentido de pertenencia a una vieja nación y deseo de que España contribuya a combatir las miserias del mundo. Todos podemos arrimar el hombro para recuperar la esperanza en la vida, superar los negros nubarrones y el frío glacial del invierno demográfico que nos llevan directos al precipicio.