El gijonés Julián Ayesta escribió una única y genial novelita con el título de «Helena o el mar del verano».

Cuando en el 37 Congreso del PSOE -es decir, en el anterior- Elena Valenciano fue llamada a subir al escenario como encargada de Relaciones Exteriores, sufrió un pequeño traspiés, que me hizo recordarle el personaje que es apenas maravillosa acotación, tal todas las del teatro de Valle Inclán, de la Niña Pisabién. Ahora, de vicesecretaria general, tuvo de nuevo otra casi caída en la calle al saludar a la prensa que la esperaba.

Ya son varias las entrañables semblanzas que los medios le dedican.

Por mi parte, no recordaba que se inició en las actividades dirigentes en la noche del 23-F en Santa Engracia, donde estaba la sede del PSOE, antes de trasladarse a Ferraz, la histórica Casa de Pablo Iglesias. Se precisaba quién se entendiera en francés e inglés con los partidos extranjeros inquietos por el secuestro del Parlamento. Recuerdo, eso sí, a Helga Soto, responsable de comunicación, que salió con una nota oficial de Maravall, José Ángel Villa y algún otro ejecutivo no detenido en ese instante, mientras Álvaro Cuesta, Ramiro Fernández y yo, hicimos otra, en Oviedo, que leyó heroicamente Severino Fernández, por Radio Asturias. En la sede nacional debió de haber habido una lógicamente precipitada distribución de papeles. Helga tenía excesivo acento extranjero para hacer tranquilizador el mensaje, que Elena habría transmitido mejor. Esa su dicción fue escogida años después por Claudio Fava y Justo Catania, dos buenos europarlamentarios que no lograron renovar escaño en el galimatías italiano, para una pieza evocadora del drama migratorio, que se representó en sede parlamentaria. Elena hacía el magnífico papel de una mujer que pedía asilo y que, en esa contradicción aberrante que tenemos en Europa, lo primero que le ocurre a un extracomunitario luchador por la Libertad es detenerle.

A Elena le toca ahora que nuestra orquesta socialista, que ha chirriado tanto últimamente, recupere tono y partitura para que el nuevo mensaje de Rubalcaba pueda calar. No en vano, en vida de Ángel González, nos hicimos eco en la puerta de la Casa del Pueblo de sus versos:

Después de haber hablado,

de haber vertido lágrimas,

silencio y sonreíd:

Nada es lo mismo.

Habrá palabras nuevas para la nueva historia

y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.

En cualquier caso, a diferencia del título de Ayesta, entre aquella Helena o el mar de Gijón, para esta Elena no cabe disyuntiva como le atribuí, en una concesión a la literatura, pues el personaje de Valle es una lotera y, aunque va a precisar buena suerte no ha de quedar nada al albur del azar sino al trabajo bien hecho y a la brújula societaria que sostiene Rubalcaba y, en Asturias, y en el Consejo Territorial, Javier Fernández.

Sea, pues, Elena, Niña Pisabién, pero mejor, como soñaba Juan Ramón Jiménez para su entrañable jumento «blando por fuera, que se diría todo de algodón, pero fuerte por dentro como de piedra».