La España democrática, convivencial, tolerante, inclusiva, abierta y generosa de 1978, que celebra aniversario el próximo 19 de marzo, día de San José; la España inteligible, como la llamó de forma sugerente uno de sus grandes servidores, Julián Marías (premio «Príncipe de Asturias» de Comunicación y Humanidades), no es el objetivo a batir. Es, al contrario, la base de sentido sobre la que construir con fundamento nuestro futuro en el nuevo escenario, dando continuidad a una larga y fecunda historia.

Harold Bloom, pródigo en pistas para la lectura placentera, ha escrito, en el prefacio de su «Anatomía de la Influencia», que: «Walt Whitman, en los cuatro siglos de literatura del Nuevo Mundo en cualquier idioma occidental -español, inglés, portugués, francés, yidis- es el escritor más poderoso y original de la Tierra del Ocaso, tal como D. H. Lawrence lo reconoció por primera vez». Si Harold y D. H. Lawrence lo dicen, será verdad. Pero es legítimo preguntarse si habrán leído, no sé, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Rubén Darío, o a Pablo Neruda, por citar sólo algunos poetas «menores» de la Tierra del Ocaso. ¿Por qué la cicatería de soslayar Atenas y Salamanca que fueron además y antes que la Universidad de Yale, donde ha profesado con reconocido prestigio Harold Bloom? No creo que la arrogancia esté en el ánimo de Bloom, ni me parece que el orgullo herido sea la respuesta razonable a una no ofensa. Uso la anécdota porque pienso que lo que demuestra es una recta confianza en lo que se ama, o sea, en lo que se es.

Es claro que venimos de un tiempo de cálculo y abundancia. Los calculadores, a quienes hemos elogiado con la acrítica ingenuidad que nos hace responsables, sostienen ahora que no somos lo que somos, sino lo que tenemos. Lo que, para nuestra sorpresa y confusión, además, les debemos. Cabe sospechar que, en su afán, lo que en realidad esperan es despojarnos, es decir, que dejemos radicalmente de ser, según su canon. Olvidan el espíritu, porque no lo frecuentan. Si, como parece, nos adentramos en estación de escasez, es tiempo de compromiso, de idear nuevas soluciones. Es estimulante, pienso, que al dejar de estar distraídos por el cálculo y el exceso, podamos comprometernos de nuevo con la verdad y la belleza. Será más fácil lanzar la mirada lejos y socorrernos mutuamente en el ambicioso camino de los grandes horizontes.

Como otro poeta, Miguel Mingotes, nos enseña, «Estrés / donde estrés, / calma». Pasar de la abundancia a la escasez no es malo ni bueno, es un hecho, una circunstancia. Lo importante es evitar confusión, saber quiénes somos y confiar. La aparente arrogancia de Harold Bloom, entendida como autoconfianza, es envidiable, porque sumando confianzas y admiraciones recíprocas es como se avanza. Cultivando el recelo y la sospecha se retrocede.

Somos lo que somos, pues, y no solo lo que tenemos, como algunos quisieran creer, que también. Quiero decir que fue Cádiz la que dio al mundo el sustantivo liberal en su sentido político. Hermosa palabra, que sugiere liberalidad y altura de miras. Escribió Juan Marichal, en «El secreto de España», «?Lo que sí conviene acentuar es que los liberales españoles aportaron al liberalismo un componente que no era apenas visible entre los ingleses y menos aún entre los franceses: el de identificar el liberalismo con el desprendimiento, con el imperativo de la generosidad. En suma, podría decirse que los liberales españoles llevaban así al liberalismo una actitud esencialmente diferente (por no decir opuesta) al de los europeos transpirenaicos que identificaban el liberalismo con un cierto género de economía?».

¡Viva la Pepa! es una proclamación de libertad contra el fanatismo. La reclamación de un humanismo moderado y razonable, orientado al progreso moral y material de España, ligada a Europa, y proyectada al mundo. Una defensa clarividente de nuestro futuro colectivo, levantada tanto frente a la imposición bonapartista como frente a la estéril intransigencia calomardiana. Es una convocatoria a la que Asturias, puede decirse con emocionado orgullo, acude al instante, permaneciendo: Toreno, Argüelles, Jovellanos, Riego? Es un clamor inextinguible, interesa destacarlo, cuyo eco sosegado llega hasta nosotros en la Constitución de 1978, para recordarnos a todos, entre otras muchas cosas, que nada es gratuito.

«Patria cuyo nombre no sé», escribió José Ángel Valente (premio «Príncipe de Asturias» de las Letras), para entender el abismo de nuestra incivilidad. «Oh patria y patria / y patria en pie / de vida, en pie / sobre la mutilada / blancura de la nieve, / ¿quién tiene tu verdad?» Nadie, claro está, solo todos juntos, y el nombre es España. La Constitución de 1978 nos desensimismó, nos devolvió al venero histórico de lucidez que reivindico sin matices. ¿Por qué abandonarlo cuando la circunstancia reclama lo contrario? Alguien debería explicárnoslo, a ver si lo entendemos.

Pretender que nuestras tribulaciones son originales es una arrogancia menos disculpable que la de Mr. Bloom, porque solo un necio rematado puede pensar que el mundo empezó el día en que nació él. Cuenta Dionisio Ridruejo del clima de nuestra guerra incivil, en «Casi unas memorias», que: «?Con sus horrores y calamidades la guerra solo puede definirse con la certera palabra empleada por Malraux: L´Espoir. Esa esperanza lo llenaba todo y emboscaba, ante la subjetividad entregada de miles o millones de hombres, las figuras del asesino, del especulador y del prepotente, atentos a su cálculo?».

Las palabras no son nunca inocuas, liberan o envenenan, de nosotros depende escuchar las que merecen la pena, para eso somos libres. Escojo ahora las de Constantino Cavafis: «Honor a aquellos que en sus vidas / se dieron por tarea el defender Termópilas. / Que del deber nunca se apartan; / justos y rectos en todas sus acciones, / pero también con piedad y clemencia; / generosos cuando son ricos, y cuando / son pobres, a su vez en lo pequeño generosos, / que ayudan igualmente en lo que pueden; / que siempre dicen la verdad, aunque sin odio para los que mienten. / Y mayor honor les corresponde / cuando prevén (y muchos prevén) / que Efialtes ha de aparecer al fin, / y que finalmente los medos pasarán».

La traición de Efialtes, el cálculo, está en la naturaleza humana; la lealtad de los que en sus vidas se dieron por tarea defender Termópilas, el compromiso, también. Así pues, sepamos discernir, pues las cosas no siempre son lo que parecen, escojamos y dejémonos de monsergas. Dificultemos la tarea de Efialtes y sigamos a los que se dan por tarea defender Termópilas, en la confianza que nos da el saber bien lo que somos.

Juan Marichal que fue, por cierto, catedrático emérito de la Universidad de Harvard, inicia el prólogo del libro al que nos hemos referido antes, con estos versos de Antonio Machado: «Hombres de España, / ni el pasado ha muerto / ni está el mañana / ni el ayer escrito». ¿Se puede decir mejor? Lo dudo, con la venia de Walt Whitman, de Harold Bloom y de D. H. Lawrence. Confiemos en nosotros mismos y renovemos nuestro compromiso con Europa, con Atenas y Salamanca; renovemos nuestro compromiso con la España democrática, convivencial, tolerante, inclusiva, abierta y generosa de 1978, que celebra aniversario el próximo 19 de marzo, día de San José; la España inteligible, nuestra patria.