Un año más, y van seis, los Premios Líricos «Teatro Campoamor» reunieron el pasado viernes en Oviedo al pleno de la ópera española y de la zarzuela, y a grandes artistas y figuras del panorama internacional.

Los premios nacieron en el Do de pecho y desde entonces han ido aun a más. Y no es casualidad. Cuentan dos factores: la tradición y el saber hacer actual.

La tradición es bien conocida: la música de la Catedral, el temprano teatro burgués del Fontán, el Campoamor, que cumple ahora 120 años, la Sociedad Filarmónica, que ha superado el siglo, el Conservatorio, gracias a Anselmo González del Valle, un mecenas excepcional, y la llegada en las dos últimas décadas de grandes músicos del este europeo.

El presente de los premios está tejido de austeridad extrema -el equipo lo forman la diplomática Inés Argüelles, el crítico de LA NUEVA ESPAÑA Cosme Marina y poco más- a partir de personas clave en el mundo de la música española -Argüelles presidió el Real durante cinco años; Marina es uno de los profesionales españoles más reconocidos-, con el concurso del director de escena Emilio Sagi, en la cumbre mundial, que siempre mueve mil hilos con tanta eficacia como desinterés.

El Ayuntamiento de Oviedo también cuenta, porque es sensible a la música, verdadero motor económico y moral de la ciudad.

En la Asturias cultural -y en la otra- sólo este núcleo de música y escena -la ópera, los conciertos, la zarzuela, el ballet...- tiene auténtico nivel internacional. Y sólo se ha logrado con tradición, austeridad y excelentes profesionales. Vamos, que está todo inventado: ni adanistas, ni ladrones, ni inútiles.