Las elecciones anticipadas han supuesto una revolución en las listas en Asturias de los grandes partidos nacionales. Son gestos para dar a entender que han aprendido la lección que les dieron los asturianos en las urnas, castigando sus errores. El resto de grupos, mejor parados en los últimos comicios autonómicos, ha optado por el continuismo. Con caras nuevas o veteranas, lo fundamental sigue siendo tener voluntad y capacidad para resolver los graves problemas que asuelan a esta tierra. En esa tarea han fallado gobiernos de la izquierda y de la derecha. El último experimento que venía a cambiarlo todo resultó frustrante. Lo poco que ha durado es para olvidar. Cuando uno asume el poder ejecutivo no puede culpar de sus fallos a la oposición. Esa ocurrencia no la tuvo ni Felipe II, que prefirió ocultar sus errores tras las famosas tempestades.

Una generación de líderes ha quedado jubilada en los dos grandes partidos nacionales en Asturias con las nuevas listas autonómicas. La conmoción interna es enorme y deja sangrantes heridas. Las dos formaciones arriesgan mucho, pero era necesario. Los asturianos han propiciado ese gran cambio manifestando el hartazgo que sentían ante la desidia y la abulia con que los políticos afrontan sus responsabilidades. Los electores tienen razones de sobra para sentirse defraudados. Aquí han fracasado con estrépito los gobiernos de la izquierda y de la derecha, a la que vienen lastrando sus interminables pleitos internos.

La última escisión casquista se ha revelado osca e ineficaz y sospechosamente complaciente con las tres legislaturas socialistas anteriores al renunciar, en contra de lo prometido, a levantar las alfombras y dar a conocer el resultado de las auditorías con las que tanto había amenazado su líder. Una vez más, la única auditoría que ha sacado los colores a los gobernantes es la información que publica LA NUEVA ESPAÑA. La «operación Marea» la desveló en exclusiva este periódico. Entonces ya advertimos de que era muy probable que aquello constituyera la punta del iceberg, por los escasos escrúpulos que tuvieron algunos a la hora de administrar los dineros públicos y usarlos en beneficio propio. Inquietante resulta también ahora el desigual trato dispensado por Sogepsa a los dueños de suelo de una operación urbanística en Oviedo, de la que ayer daba cuenta a sus lectores, también en primicia, nuestro periódico.

La mayoría de los gobernantes asturianos siempre ha tratado, sin éxito, de quebrar la independencia de este diario, que en todos los casos se ha limitado, como es su obligación, a denunciar, dentro de sus posibilidades, la mala gestión. Por eso ha sido represaliado por dirigentes de todos los colores políticos y en distintas épocas. Presidentes y alcaldes (Vigil, Rodríguez Vega y Areces, del PSOE; De Lorenzo, del PP; Marqués, del PP y luego de URAS, y Cascos y Moriyón, de Foro son algunos ejemplos) se han empeñado en echar sin éxito un pulso a LA NUEVA ESPAÑA para intentar someterla a sus dictados, unas veces tirando la piedra y escondiendo la mano, otras rozando prácticas propias del Chávez o Correa de turno. Quien persigue esa subordinación se niega a reconocer que sólo estamos al servicio de los ciudadanos, cuyo derecho a ser informados lo mejor posible es sagrado para nosotros, y por tanto innegociable.

Un destacado mandatario del PP se preguntaba asombrado esta misma semana: ¿Pero no había prometido Cascos poner el ventilador para que toda Asturias conociera los desmanes de Areces? ¿O es que se conforma con denunciar los gin-tonic tomados en la ría de Avilés? ¿Será que el verdadero «pacto del duernu» es el que existe para ocultar las operaciones no confesables del ex presidente socialista a cambio de que el PSOE no tire de los orígenes de la «trama Gürtel» -primero en la sede del PP en Madrid, más tarde en Valencia- y de lo que siguió después con las actividades privadas del ex ministro de Fomento asturiano? ¿Es verdad que su sucesor, José Blanco, se negó a destapar las facturas en arte de la etapa en la que Cascos ocupó el Ministerio? ¿O es que a todos les conviene estar callados y no pisarse la manguera para que los ciudadanos permanezcan en la inopia del uso indebido que hacen los políticos del poder que administran en nombre del pueblo? Nosotros vamos a intentar sacar algo en limpio de lo que se presume que han hecho unos y otros.

Ya dijimos en editoriales anteriores que los partidos asturianos tenían que enmendarse. La renovación de las listas del PSOE y del PP es un paso, pero quedará en pura cosmética si los que llegan hoy acaban convertidos en los apoltronados de mañana. La transformación tiene que ser cualitativa y profunda, y necesita de servidores capaces, honrados y decididos que generen unidad y confianza. La imagen de la política está envenenada por el clientelismo, la corrupción, los asuntos sin remedio que se pudren en los cajones, la incompetencia y las luchas intestinas. Pero no todos los políticos son así y, precisamente por ello, hay que prescindir de los incompetentes y seguir reivindicando esta actividad como una dedicación noble, sacrificada e imprescindible.

¿Pretende ser Javier Fernández una copia de Areces o por el contrario está dispuesto a admitir los errores de su antecesor y a hacer las cosas bien y sin sectarismo? ¿Tendrá capacidad y valentía Mercedes Fernández para no repetir las experiencias fallidas de sus compañeros de la derecha Marqués y Cascos? ¿Podrá el actual presidente en funciones dedicarse a Asturias y abandonar su estilo bronco e ineficaz, que le ha conducido a una situación de desprestigio tal que no logró que le recibiera un solo ministro, ni del PSOE, ni del PP? Estas son las cuestiones que tienen que aclarar con nitidez a los ciudadanos en la próxima campaña.

Electores y elegidos no están condenados al divorcio perpetuo. Los políticos, neófitos y sexagenarios, tienen ocasión de demostrarlo. Y los asturianos, de comprobar si estas nuevas intenciones son cantos de sirena. No podemos asistir a otro fracaso que nos convertiría en el hazmerreír de España.