Parece que la crisis tiene también su lado bueno. A Televisión Española no le llegan los dineros para comprar programas, y gracias a esas estrecheces emitió hace unos días «Doctor Zhivago». El anuncio de una película tan poco novedosa, en horario de máxima audiencia, sonaba a grito de socorro por parte de las finanzas de la casa. Pero algo está cambiando en usos audiovisuales del país, porque el sobado largometraje se llevó dos millones y medio de espectadores y fue lo más comentado del momento en algunas redes sociales. No es una cifra exorbitante, en el mundo de las audiencias, pero su significado se entenderá mejor si añadimos que el programa líder de esa misma noche, «Gran Hermano», nada que ver, sólo obtuvo doscientas mil almas más.

A la película, que se estrenó a mitad de los sesenta, la pusieron verde y morada los críticos de la época. En los EE UU dijeron que era una telenovela lánguidamente fotografiada, y a los comentaristas europeos, mayormente simpatizantes de la URSS, les pareció un panfleto anticomunista. Pero llenó los cines, aunque el director David Lean nunca pudo digerir que su filme más exitoso, uno de los más taquilleros de todos los tiempos, fuera también el más vapuleado por la crítica. Nuevamente, el abismo entre la opinión pública y la opinión publicada. Cada vez que pillo «Doctor Zhivago» por televisión me propongo ver media horita del filme, y acabo por devorarlo entero. Siempre descubro algo nuevo, en esta historia de amor con el fondo épico de una revolución que desembocó en un sistema abominable, pero que conquistó durante décadas el corazón de la izquierda internacional.

Como tantos otros, Boris Pasternak había pasado de cantarle versos a la Revolución rusa a ser un escritor maldito para el régimen, en los años treinta. El manuscrito de la novela salió clandestinamente de la Unión Soviética de Kruschev, y llegó a manos del editor Feltrinelli, que lo publicó en italiano. Sin él desearlo, el éxito internacional convirtió a Pasternak en rehén de la guerra fría. La Administración norteamericana maniobró interesadamente para que el escritor consiguiera el premio Nobel, en 1958, sabiendo que la URSS le obligaría a rechazarlo, como así sucedió. La izquierda europea simpatizante del comunismo se puso en contra del autor. Simone de Beauvoir escribió que «Doctor Zhivago» era «un ladrillo de brumas compactas». Pasternak había sido acusado de «subjetivismo» por las autoridades soviéticas. Según esta regla, a la Beauvoir, que se paso la vida escribiendo sobre sí misma, la habrían mandado directamente al «gulag». Leí la novela de muy joven, en una edición de Noguer, supongo que traducida del italiano. La primera traducción directa del ruso se publicó en España el pasado año, coincidiendo con el 50.º aniversario de la muerte del escritor. Fue apadrinada en Madrid por el hijo mayor de Pasternak, que aprovechó la ocasión para abominar a su vez del filme.

La novela y la película transmiten emociones distintas, o tal vez paralelas. El filme se rodó casi todo en España. La gran avenida, con el Kremlin al fondo, se construyó en el barrio madrileño de Canillas, a poco más de diez kilómetros del centro de la capital. El productor Carlo Ponti había comprado los derechos del libro y quería que su esposa, Sofia Loren, fuera Lara, pero a David Lean le pareció demasiado alta para el papel. Cuenta Geraldine Chaplin que la noche del rodaje de la escena de la gran manifestación, con centenares de extras del vecindario, la Policía franquista se presentó alarmada en el lugar. Los manifestantes cantaban en ese momento «La Internacional», y hubo que explicar a la autoridad que sólo se trataba de una película con «tema ruso». Según la Chaplin, los extras se sabían muy bien el prohibidísimo himno, que algunos habrían entonado por última vez en la Guerra Civil. Y muchos vecinos del barrio se despertaron sobresaltados pensando que Franco había muerto.

Lo mismo que Yuri Zhivago, Boris Pasternak era un hombre casado que tuvo además su propia Lara, y comenzó a escribir la novela al poco de conocerla. Olga Ivinskaya pagó muy cara su historia con el escritor. El Gobierno soviético no se atrevió a mancharse las manos con el Nobel, y se contentó con dejarlo morir en la miseria, pero acabó mandando a su amante a un campo de trabajo. Espero que los recortes sigan castigando a TVE, para poder disfrutar de películas como ésta. Viendo últimamente los telediarios, no me extrañaría que el Gobierno les cortara hasta la luz.