Decía el otro día Arantxa Sánchez Vicario en una de las vomitonas verbales con las que se prodiga la ex tenista últimamente, que «no soy desagradecida, siempre he agradecido el apoyo de mis padres, pero conmigo han ejercido un control y una protección que me ha anulado en muchos momentos de mi vida». Desconozco, obviamente, lo que ha podido pasar en esa familia más allá de la escandalera que le va a reportar a esta chica una publicidad para su libro de memorias que no podría pagar ni ganando otra vez el Roland Garros; ahora bien, que a tus padres no les guste el novio de turno ni el piercing en la nariz no sé yo si entra en la categoría de maltrato psicológico. Como tipifiquen como delito el control paterno, me da que, sobre todo las mujeres de mi generación, vamos a colapsar los tribunales. Dado que, si llegabas a casa más allá de las diez de la noche te arriesgabas a quedarte castigada dos semanas o incluso a recibir un sopapo, no hubiéramos ganado para interponer querellas. En cualquier caso, ¿qué puede llevar a una persona con una fama y prestigio muy difíciles de conseguir, a ponerse a los pies de los caballos aireando sus miserias y convirtiéndose en un muñeco de pimpampum? Mi madre, tan aficionada a los refranes, no deja de repetir ante este caso que «los trapos sucios se lavan en casa». Le pasa lo mismo ante la confesión de Isabel Sartorius de que a los 14 años le compraba la cocaína a su madre. «Pero esta gente ¿no puede arreglar sus cosas en privado?» Se ve que no. «Uno de mis primos era algo sinvergüenza -me cuenta mi madre-. Tuvo una hija ilegítima y dejó un montón de deudas antes de irse a Argentina, pero de aquello no se enteró nadie de fuera».

La ex tenista, que obviamente no debe compartir la postura de mi madre, dice que ha soltado todo lo que ha soltado porque necesita recuperar la tranquilidad y la calma, tanto para ella como para sus hijos. No voy yo a criticar las decisiones de nadie, pero ¿una temporadita en las islas Mauricio o una suscripción a la obra completa de Paulo Coelho no le hubieran salido más a cuenta? Vale. A lo mejor más a cuenta no, pero la verdad es que no debe dar mucha paz que medio país te tome por la madrastra de Blancanieves al atacar así a unos padres ya mayores y que hasta hace nada se presentaban con ella en medio como ejemplo de familia ideal. Si es que ese padre, tras haber pasado un cáncer y sufrir Alzheimer no puede ya dar más lástima... Pero por otra parte, y siendo justos, en una de sus acusaciones, Arantxa lleva toda la razón. Dice que sus progenitores no la dejaban cambiar de peinado. Con lo guapa que está desde que se ha desmelenado.

Decía el otro día Arantxa Sánchez Vicario en una de las vomitonas verbales con las que se prodiga la ex tenista últimamente, que «no soy desagradecida, siempre he agradecido el apoyo de mis padres, pero conmigo han ejercido un control y una protección que me ha anulado en muchos momentos de mi vida». Desconozco, obviamente, lo que ha podido pasar en esa familia más allá de la escandalera que le va a reportar a esta chica una publicidad para su libro de memorias que no podría pagar ni ganando otra vez el Roland Garros; ahora bien, que a tus padres no les guste el novio de turno ni el piercing en la nariz no sé yo si entra en la categoría de maltrato psicológico. Como tipifiquen como delito el control paterno, me da que, sobre todo las mujeres de mi generación, vamos a colapsar los tribunales. Dado que, si llegabas a casa más allá de las diez de la noche te arriesgabas a quedarte castigada dos semanas o incluso a recibir un sopapo, no hubiéramos ganado para interponer querellas. En cualquier caso, ¿qué puede llevar a una persona con una fama y prestigio muy difíciles de conseguir, a ponerse a los pies de los caballos aireando sus miserias y convirtiéndose en un muñeco de pimpampum? Mi madre, tan aficionada a los refranes, no deja de repetir ante este caso que «los trapos sucios se lavan en casa». Le pasa lo mismo ante la confesión de Isabel Sartorius de que a los 14 años le compraba la cocaína a su madre. «Pero esta gente ¿no puede arreglar sus cosas en privado?» Se ve que no. «Uno de mis primos era algo sinvergüenza -me cuenta mi madre-. Tuvo una hija ilegítima y dejó un montón de deudas antes de irse a Argentina, pero de aquello no se enteró nadie de fuera».

La ex tenista, que obviamente no debe compartir la postura de mi madre, dice que ha soltado todo lo que ha soltado porque necesita recuperar la tranquilidad y la calma, tanto para ella como para sus hijos. No voy yo a criticar las decisiones de nadie, pero ¿una temporadita en las islas Mauricio o una suscripción a la obra completa de Paulo Coelho no le hubieran salido más a cuenta? Vale. A lo mejor más a cuenta no, pero la verdad es que no debe dar mucha paz que medio país te tome por la madrastra de Blancanieves al atacar así a unos padres ya mayores y que hasta hace nada se presentaban con ella en medio como ejemplo de familia ideal. Si es que ese padre, tras haber pasado un cáncer y sufrir Alzheimer no puede ya dar más lástima... Pero por otra parte, y siendo justos, en una de sus acusaciones, Arantxa lleva toda la razón. Dice que sus progenitores no la dejaban cambiar de peinado. Con lo guapa que está desde que se ha desmelenado.

Decía el otro día Arantxa Sánchez Vicario en una de las vomitonas verbales con las que se prodiga la ex tenista últimamente, que «no soy desagradecida, siempre he agradecido el apoyo de mis padres, pero conmigo han ejercido un control y una protección que me ha anulado en muchos momentos de mi vida». Desconozco, obviamente, lo que ha podido pasar en esa familia más allá de la escandalera que le va a reportar a esta chica una publicidad para su libro de memorias que no podría pagar ni ganando otra vez el Roland Garros; ahora bien, que a tus padres no les guste el novio de turno ni el piercing en la nariz no sé yo si entra en la categoría de maltrato psicológico. Como tipifiquen como delito el control paterno, me da que, sobre todo las mujeres de mi generación, vamos a colapsar los tribunales. Dado que, si llegabas a casa más allá de las diez de la noche te arriesgabas a quedarte castigada dos semanas o incluso a recibir un sopapo, no hubiéramos ganado para interponer querellas. En cualquier caso, ¿qué puede llevar a una persona con una fama y prestigio muy difíciles de conseguir, a ponerse a los pies de los caballos aireando sus miserias y convirtiéndose en un muñeco de pimpampum? Mi madre, tan aficionada a los refranes, no deja de repetir ante este caso que «los trapos sucios se lavan en casa». Le pasa lo mismo ante la confesión de Isabel Sartorius de que a los 14 años le compraba la cocaína a su madre. «Pero esta gente ¿no puede arreglar sus cosas en privado?» Se ve que no. «Uno de mis primos era algo sinvergüenza -me cuenta mi madre-. Tuvo una hija ilegítima y dejó un montón de deudas antes de irse a Argentina, pero de aquello no se enteró nadie de fuera».

La ex tenista, que obviamente no debe compartir la postura de mi madre, dice que ha soltado todo lo que ha soltado porque necesita recuperar la tranquilidad y la calma, tanto para ella como para sus hijos. No voy yo a criticar las decisiones de nadie, pero ¿una temporadita en las islas Mauricio o una suscripción a la obra completa de Paulo Coelho no le hubieran salido más a cuenta? Vale. A lo mejor más a cuenta no, pero la verdad es que no debe dar mucha paz que medio país te tome por la madrastra de Blancanieves al atacar así a unos padres ya mayores y que hasta hace nada se presentaban con ella en medio como ejemplo de familia ideal. Si es que ese padre, tras haber pasado un cáncer y sufrir Alzheimer no puede ya dar más lástima... Pero por otra parte, y siendo justos, en una de sus acusaciones, Arantxa lleva toda la razón. Dice que sus progenitores no la dejaban cambiar de peinado. Con lo guapa que está desde que se ha desmelenado.