El Gobierno español tiene otra reforma en la cazuela: la de adelgazar la Administración. En el próximo Consejo de Ministros se examinará un informe para eliminar organismos y empresas públicos, y la supresión de duplicidades está en la agenda de las urgencias. La pregunta es si se atreverán a ir a fondo y meter el bisturí en el núcleo duro de la burocracia, el magno aparato de los funcionarios intocables, esos que se ponen de perfil y las ven pasar de largo cuando el resto de los puestos de trabajo del país están amenazados. Si el Gobierno cree que facilitar y abaratar el despido ayuda a sanear las empresas, ¿por qué no aplicar el mismo principio a la cosa pública?

Pero, si nos fijamos, veremos que el presidente Rajoy es registrador de la propiedad, un cuerpo oficial al que se ingresa por oposición y progresa por escalafón. La vicepresidenta, Soraya Sáez de Santamaría, es abogada del Estado, al igual que Miguel Arias Cañete, ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. El de Asuntos Exteriores, García Margallo, es inspector técnico fiscal del Estado. El de Justicia, Ruiz-Gallardón, es miembro de la carrera fiscal. El de Hacienda, Cristóbal Montoro, es catedrático en la Universidad de Cantabria. El de Interior, Jorge Fernández, es inspector de Trabajo. La de Fomento, Ana Pastor, es funcionaria del Cuerpo Superior de Salud Pública y Administración Sanitaria. José Ignacio Wert, de Educación, Cultura y Deporte, a pesar de sus dos décadas en puestos de alta dirección del sector privado, fue el número uno en las oposiciones a la plantilla de titulados superiores de RTVE. Y José Manuel Soria, de Industria, Energía y Turismo, ingresó en el muy restringido Cuerpo Superior de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado, al igual que el de Economía, Luis de Guindos, número uno de su promoción.

Es decir, que la inmensa mayoría de miembros del Gobierno procede de la carrera funcionarial, del mundo de las oposiciones, los concursos de traslado y las plazas en propiedad, del que saltaron más temprano que tarde a la política como continuación lógica de una trayectoria en los acogedores brazos del presupuesto, la tasa y el escalafón. Es una mínima minoría la que ha vivido el riesgo de la emprendeduría y ha pasado por la piedra de toque del éxito o el fracaso empresarial. Ahora, esta gente tiene que reformar la Administración, que es su madre, y lo hará con la ayuda de los altos funcionarios que nutren sus gabinetes.

Pero hay que ser justos: esto es así porque el mundo de la empresa lo permite. Prefiere dejar el asunto en manos de los profesionales y tratar de influir desde fuera, mediante el poderoso caballero.