Hoy todos los abogados estamos de luto. Acaba de fallecer don Agustín José Antuña Alonso, decano de los abogados gijoneses durante los años 1990 a 2000, letrado de gran talla e indiscutible prestigio y fundador de un despacho que hoy se prolonga cabalmente en la labor profesional de sus hijos Rafael y Marta.

Muchos fueron los servicios que prestó al Colegio y a la profesión Agustín Antuña, pero, si hubiera que destacar sólo uno, sería obligado hacerlo con la adquisición y rehabilitación de la antigua casa de don Fermín García-Bernardo, antaño conocida popularmente como la «Universidad de Cimadevilla» y, desde 1999, sede en propiedad de nuestra corporación, que pasó entonces, por primera vez en la historia, a ostentar patrimonio inmobiliario.

Yo tuve la fortuna de formar parte de la junta de gobierno de Agustín Antuña durante los diez años de su decanato, y de su buen hacer aprendí mucho: el guante siempre de seda, la mano de algodón o de hierro según el asunto lo mereciera, pero la actitud, en todas las ocasiones, cortés y honesta. De su inteligencia, prudencia y caballerosidad intento hacer, día a día, memoria para que me oriente en la presente responsabilidad colegial al frente de nuestros compañeros.

Tuve también el honor de que me correspondiera, como actual decano, entregarle la placa conmemorativa del centenario del Colegio, que, en justísimo homenaje de reconocimiento por su labor, se le concedió en el mes de septiembre de 2005. Esa distinción se unió a las más importantes de la abogacía española, que ya poseía. Ninguna, sin embargo, será tan importante como el recuerdo y el sentimiento de admiración personal y profesional que deja en todos nosotros.

Descansa en paz, querido compañero, decano y amigo.