Éramos los paladines de la modernización, la autonomía que mejor resistía la crisis, según el anterior presidente regional, Álvarez Areces, y acabamos de comprobar que estamos con los más desfavorecidos de España. Tres institutos vinculados al mundo financiero y universitario sitúan al Principado entre las comunidades con mayor deterioro económico desde que comenzó la recesión. El PIB y el empleo han retrocedido tanto aquí como en las autonomías destrozadas por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Con las mentiras de unos, los anteriores gobernantes arecistas, y la ineficacia de otros, los actuales casquistas, más interesados en embaucar a la gente que en resolver sus problemas, Asturias toca fondo sin que nadie lo remedie.

El anterior presidente, el socialista Vicente Álvarez Areces, apareció en febrero de 2010 por los lujosos salones del hotel Ritz, ante la flor y nata de Madrid y del Principado, proclamando: «En Asturias hemos superado mejor la crisis que en el conjunto de España». Ni superada, ni mejor, sólo un eslogan más del arecismo de humo y fastos. Un análisis de los expertos de la Fundación de Cajas de Ahorros (Funcas) concluye ahora que el debilitamiento de la economía del Principado ha sido en poco tiempo muy severo.

El PIB asturiano ha retrocedido un 5% desde 2008, la segunda mayor caída tras la Comunidad Valenciana. La actividad de la industria ha sufrido un desplome del 13,1%, casi tres puntos por encima de la media española. El frenazo en la construcción ha sido del 8,2%, ligeramente por encima del conjunto nacional. Hemos triplicado al galope la deuda pública. La tasa de paro pasó del 8,52% en 2010 al 18,90% en 2011, más del doble, alcanzando el tristísimo récord de cien mil asturianos sin trabajo.

Vaya si estamos pagando el deterioro. Once comunidades autónomas computaban hace un año más desempleados que el Principado. Pero hoy estamos enganchados al furgón de cola de la actividad, con números dramáticos. La mitad de los jóvenes que quieren trabajar en Asturias desgraciadamente no puede hacerlo. Si la etapa de Areces es para olvidar, los últimos ocho meses que han acabado de manera tan abrupta han supuesto una total decepción para quienes esperaban de buena fe soluciones de Cascos. Más bien al contrario, este período ha puesto de manifiesto lo que ya había advertido Aznar cuando comenzó a quitarle galones: que no sabe gobernar. Es un experto en agitar, en embarrar el terreno, en crear conflictos, pero no en gobernar.

El líder de Foro efectuó en el debate de investidura 56 promesas concretas, algunas de ejecución inmediata, de las que 23 hacían referencia exclusiva al ámbito económico. De ellas, el actual Ejecutivo asturiano sólo cumplió tres: medidas de ahorro, el salario joven y reducción del impuesto sobre transmisiones y actos jurídicos documentados, al revisar a la baja sus coeficientes.

Las demás propuestas han sido un brindis al sol. La reforma del sector público regional, inabordada, vuelve a la casilla de salida: al programa de Foro para los próximos comicios. La eliminación del céntimo sanitario, la supresión del impuesto de sucesiones y los cambios para propiciar otro modelo fiscal quedaron en nada mientras los asturianos tributan ya como los suecos sin que los servicios recibidos tengan una calidad equivalente. Cascos anunció solemne en la Junta hasta cinco planes específicos, de innovación, fomento de la calidad, turismo, empleo e igualdad salarial, que no pasaron de embelecos para salir del trámite parlamentario. En fin, acaba de reconocer que su viejo y ampuloso proyecto de Universidad Politécnica es inviable. A lo que sí se dedicó en exclusiva y con empeño es a tratar de impedir el ejercicio del derecho de los asturianos a conocer su controvertido pasado como ministro de Fomento, sus nebulosos años dedicados al comercio del arte y los motivos por los que decidió romper la derecha, como ya lo hizo antes con Marqués, y auparse al poder supuestamente para salvar Asturias y echar luego la culpa a los demás de su inoperancia.

Al Presidente no se le puede pedir que resuelva en meses lo que otros fueron incapaces de enderezar en doce años, pero sí cabe reprocharle no haber tomado en serio a los asturianos. Ha buscado pendencias hasta con los salmones. Precisamente, la temporada de pesca arranca hoy con los cambios más radicales y polémicos de las últimas décadas. Aquí sí que Cascos decide y para nada alega que los rivales, pese a estar en contra, lo boicotean. No es que la oposición le haya tumbado ideas, mantra que repite para ver si cala en la opinión pública, sino que nunca llegó a esbozarlas, más encelado en sus cuitas electorales, en repartir octavillas con todo tipo de falsedades y en disparar contra el discrepante que en dedicarse a buscar el bien de la región.

El Instituto Flores de Lemus, dependiente de la madrileña Universidad Carlos III, asevera que la región está de nuevo en recesión desde el verano y que la crisis arreció durante el período de Cascos. Y el observatorio Hispalink acaba de pronosticar un aumento del paro aquí y otros dos años por delante más duros en Asturias que en el resto del país. Hay gobiernos que abordan lo más importante en sus primeros cien días. Otros son incapaces de hacerlo, aunque dispongan de cien años.

La crisis apareció cuando los pasos hacia la modernización empresarial, superadas las ominosas décadas del sector público, aún eran débiles. El metal está tocado. Arcelor empieza a renquear. Tenemos la tasa de actividad más baja de España, es decir, la menor fuerza laboral, un problema estructural que se hace eterno. El fin de las grandes infraestructuras y los recortes presupuestarios mantienen bajo mínimos la construcción.

Eludir encarar esta realidad, como hizo Areces -con su política anestesiante de aparente bonhomía- o como hace Cascos -con más mentiras e insidias para tapar tanta inactividad, con presiones y amenazas a quienes tratan legítimamente de desvelar las sombras que proyectan su pasado y su incapacidad presente-, es condenar a Asturias a otro período de oscuridad y pesimismo.