Lo leí hace mucho tiempo, creo que el autor era Wenceslao Fernández Flórez, un gallego de fino ingenio y buena pluma. Tampoco recuerdo si era una novela, un cuento o un artículo de opinión, pero el argumento ha sobrevivido incólume. Se trataba del empeño de cierto supuesto político interrogado, en la intimidad, por su empeño en construir prisiones confortables y regímenes penitenciarios tolerantes y gratos. Debió ser escrito en tiempos de la República aunque el tema tiene una actualidad eterna.

«Pues mire usted -confió el señor ministro- observo que la corrupción domina a la clase política. Yo mismo y mi Departamento estamos contaminados, pues no hay otra manera de que esto funcione si no se recurre al engaño, la prevaricación, la amenaza y el robo. Sí, sí, es como le digo. Mis inmediatos y remotos antecesores practicaron e institucionalizaron el cohecho, la trampa y si yo quisiera aplicar medidas rectas y honorables me cargaba el Gabinete, a mi partido y sabe Dios dónde iríamos a parar. Como parece algo de imposible variación lo único que se me ha ocurrido es preocuparme del porvenir, el personal, primero, dulcificando las condiciones en las que caeré un día u otro, por acción directa, complicidad o instigación. He decidido, si me da tiempo, construir unas prisiones modélicas, con celdas individuales, calefacción central, un jardín en lugar del patio amurallado, buena biblioteca y bien proveída cocina. También procuraré que se introduzca en las sentencias judiciales la más amplia gama de permisos de salida y pernocta, generosas vacaciones estivales y asistencia religiosa para quien lo precise».

«Pero eso -aducía el dialogante- costará un disparate».

«Naturalmente. Sobrepasa el presupuesto del Ministerio, pero he iniciado una ronda de confidencias con mis compañeros, no sólo de Gabinete, sino en el Congreso y el Senado, incluso con la oposición, haciéndoles ver las ventajas de las que nos beneficiaríamos el día en que debamos ingresar en la cárcel, algo que es preciso prever, por si acaso hay una revuelta, cambian las tornas y nos encontramos con unos gobernantes nuevos y con pretensiones honradas. Durarían poco y nos harían daño; es difícil que ocurra pero no descartable.

Si aquel político de una España pobre, donde había poco que mangar, viviera ahora consideraría irrealizable su pretensión. No hay celdas para todos.