A lo largo de esta virulenta campaña electoral asturiana, con tantos techos de cristal sobre los que arrojar piedras, la aportación singular gijonesa no vino de la mano de programas, embestidas y demás aparataje arrojadizo, sino con la formulación de un ultimátum que al final produjo esa solución en el último minuto tan propia de los relatos de intriga. En efecto, la «Semana negra» gijonesa, la que alcanzará su vigésima quinta edición, se extenderá por los predios del antiguo astillero Naval Gijón, verdadero vestigio del negro destino industrial gijonés. El acontecimiento semanonegrero volverá de este modo al litoral del oeste gijonés, donde nació en los oscuros muelles de El Musel, no porque fueran tenebrosos, sino por estar tiznados por el carbón que circuló un día por las venas asturianas camino de otras costas. Gijón dejó de sacar mineral negro por su puerto y comenzó entonces a introducir el otro género negro. El ruidoso y cultural certamen se topa así con un espacio donde el estruendo puede que afecte a un entorno limitado del vecindario, y en un lugar por el que aproximadamente ya pasó lustros atrás, cuando el astillero muerto era el del Cantábrico. Por aquel entonces, la zona más afectada por el bullicio fue el albergue Covadonga, emplazado en aquel momento en el antiguo macelo municipal. Pero como los transeúntes sin techo no suelen ser categoría social demasiado reivindicativa, los inquilinos del matadero no presentaron querellas sobre el particular. Pero a causa de esas coincidencias curiosas fue hacia 1993 o 1994 cuando, durante un campo de trabajo de universitarios en dicho albergue, pude comprobar que, con el cabecero de la cama pegado a uno de los muros exteriores de aquel caserón, era como tener la «Semana negra» metida dentro del alma. ¡Ay!, el alma de Gijón.