Un oxímoron es la figura retórica que insiste en combinar dos conceptos de significado contradictorio: nieve ardiente, brillante oscuridad... Un impuesto justo resulta un oxímoron preciso, ya que ningún contribuyente consideraría soportable añadir una carga más sobre sus espaldas.

Y sin embargo en apariencia existe. La Comisión Europea propone un impuesto que no repercutirá en los ciudadanos. El milagro se llama impuesto sobre transacciones financieras y acaba de presentarse en el Parlamento europeo.

Para que la cosa funcione, tienen que coincidir varias circunstancias. Un malo de la película (en este caso la banca y sus ayudas públicas), una cosa a gravar (las transacciones financieras especulativas) y una necesidad (financiar el déficit publico).

La Comisión Europea propone un impuesto del 0,1% para la compra e intercambio de bonos y acciones y un 0,01% para los derivados financieros. Con eso se espera obtener más de 50.000 millones de euros anualmente para las arcas comunitarias y nacionales.

De esa cantidad, se propone destinar dos tercios para el Presupuesto de la UE y un tercio para los presupuestos nacionales. Las cuentas españolas se beneficiarían directamente en 6.000 millones anuales.

Por si acaso, la propia Comisión Europea avisa de que hipotecas, financiación a las empresas o los pagos y cobros domiciliados (nóminas y pensiones) no se verían afectados por este nuevo impuesto.

A fecha de hoy ya hay diez países que tienen algún tipo de imposición similar aunque reducida, Polonia, Italia, Bélgica y el Reino Unido entre ellos. Se trataría de extender unas bases más amplias y exigentes para los 27.

Existen aún muchas dudas sobre la viabilidad del impuesto, entre ellas, su propia base imponible. Para un sector financiero en grave crisis europea, que ha exigido sólo en el caso español más de 100.000 millones de euros para su saneamiento, resulta dudoso que el coste del nuevo impuesto no fuese trasladado al cliente.

Otra duda es la posibilidad de que el ahorro europeo huya hacia otras zonas donde no se aplicase el impuesto. Su ámbito debería ser mundial, pero eso resulta utópico. Además, hay estados miembros que se niegan rotundamente a su introducción.

Pero en España, donde la gente desayuna con la falta de crédito a empresas y familias, come con el escándalo de las participaciones preferentes y cena con la mala gestión de las cajas, un impuesto a la banca no sólo parecería justo, sino imprescindible.