Una de las viejas costumbres del país ha vuelto a emerger en los últimos tiempos: la culpa de lo que nos pasa viene de fuera. Se encargan de propagarlo el Gobierno y sus palmeros mediáticos: se ha sustituido el contubernio «judeomasónico» o la «pérfida Albión» de épocas pretéritas por Monti, Sarkozy o «los mercados».

Ante la probabilidad de una intervención de nuestra economía por parte de la «troika» (UE, FMI y BCE), gobernantes y afines acuden a imágenes simplistas y a enemigos identificables para justificar el «intolerable ataque» al que se ve sometida nuestra deuda pública. Pero todo ello no es más que una manera de esconder la cabeza bajo el ala, sin reconocer los errores que han conducido a esta situación. Y es que ¿por qué los mercados se ceban con España o Italia y no con Dinamarca, Holanda o Alemania?

Las razones son variadas, pero pueden resumirse en: falta de decisión para sanear el sistema financiero, con un elevado volumen de activos inmobiliarios problemáticos (o préstamos a promotores incobrables) y una gran patata caliente que nadie afronta (Bankia, presidida por Rodrigo Rato); chulería y poca credibilidad ante la UE, al afrontar la reducción del déficit exigida por Bruselas y aplicación de medidas de interés electoralista (subida del IRPF) en lugar de las «sugeridas» para evitar un rescate (reducción de pensiones y/o sueldo de funcionarios, subida del IVA), con el fin de no perjudicar las opciones (frustradas) de Javier Arenas para presidir Andalucía.

Así que la culpa no es de los «mercados» (al fin y al cabo, acreedores que desconfían de nuestra capacidad para pagar lo debido y que, en consecuencia, dejan de invertir en nuestra deuda pública) o de la pizza italiana, aunque la mayoría de españoles acepte pulpo como animal de compañía. De momento.