Ojalá pudiéramos elegir a la persona que escribiera el final de nuestra vida. Un redactor indulgente, imaginativo, justiciero: el cierre condiciona la visión de la historia completa. Pero la vida se resiste a dejarse escribir hasta por sus propios protagonistas y aún peor en los capítulos postreros del más acá. Ahí nos volvemos emocional y físicamente dependientes -en algunos casos tanto como lo fuimos de bebés- y precisamos la colaboración cómplice y responsable de otros; ellos sí quizá se convierten en una suerte de auxiliares de redacción.

Paz Fernández Felgueroso ha conseguido que la justicia consolide el proceso de elaboración del testamento vital con la posibilidad de hacer mención expresa al suicidio asistido condicionado a que tenga cobertura legal. Entiendo que nuestra querida convecina ambiciona lo que el resto: expirar de vieja y con una buena muerte. Y creo que los actuales cuidados paliativos, principalmente la sedación aplicada con rigor, información y benevolencia, nos permiten a ella y a los demás acabar nuestro recorrido o hacer el tránsito -según creencias- con la paz y el tiempo que el hecho trascendental requiere.

Personalmente me inquieta más la situación que puede generarse repentinamente para cualquiera por un accidente, una enfermedad u otros imprevistos de esta vida irredactable. Algo que nos mutile física y mentalmente -casi nunca en las emociones- y nos hurte hasta la libertad del suicida. Efectivamente, para estos casos aún no hay respuesta en nuestro país. E imaginándonos en tales situaciones, la mayoría querríamos resolverlas poniéndoles punto final. Si se aprobase una ley de eutanasia, habría de garantizarnos que se cumple nuestra voluntad, y sólo la nuestra, incluido el hecho de que esa voluntad pueda cambiar. Reto difícil, imagino.

Sin embargo y por fortuna, lo más probable es que el último tiempo de nuestra vida consista en ir tapando las goteras del envejecer y pidiendo a los músicos sigan tocando hasta que el barco apunte con la proa al cielo. Seremos, en mayor o menor medida, dependientes, de los nuestros y de profesionales, en casa o en residencia.

Precisamente el incidente entre varios internos en el comedor de la residencia mixta de Pumarín ha puesto el foco en un servicio social imprescindible y al que los recortes pueden perjudicar al igual que a tantas otras cosas. La diferencia es que así como vivimos la educación y la sanidad de forma transversal a nuestras vidas, sólo reparamos en la importancia de la atención a mayores cuando les toca a los nuestros o a nosotros mismos.

Los profesionales del sector venían pidiendo más medios humanos y materiales para atender mejor a los internos, unidades especiales para los de carácter psiquiátrico, incremento de plazas de asistidos -los que no pueden valerse por sí mismos- y la clarificación de la aplicación de la ley de Dependencia, entre otras cosas. Me temo que ahora, como en tantos otros ámbitos, entonan el virgencita que me quede como estoy.

Porque me cuentan que se sigue a la espera de un plan integral para todas las residencias del Principado, que se ha prescindido de interinos en las públicas, que la reforma laboral está facilitando recortes en las privadas y concertadas; que los internos exigen legítimamente servicios y atenciones; que la crisis azota y familias con todos sus miembros en paro pero acogidos a la ley de Dependencia sacan a sus familiares de las residencias para subsistir todos con la ayuda que recibe la abuela o el abuelo?

Va a ser imposible que persona alguna redacte el fin de nuestros días, pero sí políticas y leyes que propicien nuestro bienestar. Mientras tanto, al menos tenemos las voces de almas sensibles capaces de poner en palabras nuestros miedos y certezas. Gil de Biedma: «Ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra».