Recientemente, Alejandro Ortea -en una tribuna titulada «Estos días grises», publicada en LA NUEVA ESPAÑA- ponía por escrito la tan trasnochada como lastimosa imagen que tiene de los funcionarios, al atribuirles «manguitos de contable» a los auditores públicos.

Parece haberse quedado el señor Alejandro Ortea abrazado, a la manera de Larra, a la literatura romántica de comienzos del siglo XIX, cuando el poeta en aquel artículo «Vuelva usted mañana» -publicado en 1833 en «El Pobrecito Hablador», bajo el seudónimo del Bachiller, en el que hablaba más de los «cesantes» que de los «funcionarios»- los acusaba de estar regidos por el «pecado mortal de la pereza» y por aquella ineficaz recomendación del «Vuelva usted mañana».

Señor Ortea, lo que sobran son ganapanes y arribistas sin más titulación que la de ser adláteres de políticos, proclives al nombramiento digital; una descripción que, sin duda alguna, le parecerá tan cercana que será incapaz de reconocerse en ella.

Por otra parte, le estorban los empleados públicos; sin duda, por la envidia de quien es y será incapaz de ofrecer currículum presentable a concurso público alguno. Al mismo tiempo -tan cercano al ciudadano como se desea presentar-, nada dice de los enchufados a dedo que, como fue su caso, no forman parte precisamente de los funcionarios que han opositado duramente para alcanzar su puesto de servidor público.

En esa línea, al respecto del señor Ortea y de sus palabras, no puedo estar más de acuerdo con Mark Twain cuando afirma: «Lo que causa problemas no es tanto lo que la gente ignora como lo que saben y no es verdad».

Así, el señor Ortea pasó de ser un duro crítico con la Autoridad Portuaria de Gijón a través de continuadas columnas de opinión en un diario asturiano -recientemente desaparecido-, del que fue rescatado (y, así, acallado), al ser nombrado responsable de prensa del Puerto de Gijón, durante la presidencia del socialista Miguel Ángel Pesquera.

Para ello fue bien pagado con dos contratos de ocho meses -concedidos sin concurso alguno- a su empresa Estudios Ópalo, por importe de 48.100 euros más IVA, por dieciséis meses de trabajo en total. En ese breve tiempo fue capaz de olvidarse de aplicar su concepto -repetido hasta el hastío- de «las covachas muselinas», sin duda, obligado por el abundante alimento proveniente de ellas.

Es decir, que el señor Pesquera practicó con el señor Ortea la máxima de la película «El Padrino II» de «Ten cerca a tus amigos, pero ten aún más cerca a tus enemigos», aunque para ello haya que pagarlo con dinero público, es decir, con pólvora del rey. Así, como decía el matemático francés Blaise Pascal: «Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas».

En definitiva, sería aconsejable que el señor Ortea se aplicara aquel proverbio indio, lleno de sabiduría, que dice: «Cuando hablas, procura que tus palabras sean mejores que el silencio». O si lo prefiere, que se lo aplique a la latina «Me gustas cuando callas, porque estás como ausente», que decía Pablo Neruda.

Termino como empecé mi anterior tribuna: desconozco el oficio de Alejandro Ortea, excepto su labor como técnico de sonido en una radio local -para la que no es conocida su formación-; una tarea que abandonó, por cierto, hace más de quince años. Llama la atención, por tanto, su capacidad para evaluar la cualificación y la capacitación de terceras personas, con un currículum vitae amplio, público y contrastable.

Y añado: qué frío se debe de sentir ahí fuera cuando uno va siendo olvidado por los gestores del pesebre, porque cuando todo termina -como decía Cervantes- «miró al soslayo, fuese y no hubo nada».