Razón tiene quien discurrió que el fútbol es en esencia un estado anímico. Quedan el Madrid y el Barça apeados de la gran final europea y este bendito país comienza a ser consciente de la gravedad de la situación económica, que conduce sin remisión al borde del precipicio. Ha hecho falta que Messi se estrellara con la madera para que los españoles cobraran conciencia del palo enorme de la deuda. Fue necesario que Ramos mandara el balón a la Luna de Valencia para reconocer la extrema elevación de la prima de riesgo. Las crónicas deportivas lloran el hundimiento de la Armada Invencible con sonetos de la Generación del 98. Los dos mejores equipos del mundo sucumben desde el punto de penalti y el país entra en estado de pena máxima. ¡Ay!